Los miembros del Blog reciben, al suscribir su aceptación y luego de cierta ceremonia iniciática secreta, la llave de sus aposentos personales. Unos pequeños pero cómodos departamentos dentro del edificio del blog de modo que la mayor parte del tiempo puedan dedicarse a generar los contenidos que adornan las pantallas sin tener que desviar tiempo en viajes y traslados diarios. A veces, por cuestiones científicas o catedráticas, los estudiosos deben, empero, movilizarse a algún sitio fuera de las instalaciones. Un libro del que no haya copia en la frondosa biblioteca interna. Una obra de arte que merezca una inspección personal. Una discreta entrevista cara a cara con quien pueda brindar cierta información reservada.
Vientián - Laos |
- Y es que orientarse es todo un tema - mencionó entre el humo de su narguile un bigotudo matemático bengalí - Y particularmente en el mar - acotó. Los demás lo miraron porque sabían ya que si había comenzado hablar de eso era porque detrás de esas palabras iniciales se escondía una historia. No se equivocan quienes sospechen que es la historia que llenará el espacio de la presente nota. Nota que protagonizará la orientación en mar abierto y que involucrará estrellas, relojes y perros heridos. ¿Perros heridos dijo? Si, eso dije.¡Todos a bordo que ya comienza!
Para ubicarse sobre una superficie es necesario dar dos datos. Por ejemplo cuan al norte o sur se encuentra uno y cuan al este u oeste está de nosotros un punto determinado. Puede también decirse, camine usted tantos kilómetros sobre una recta que forme con nosotros un ángulo de tantos grados. Sabiendo donde se encuentra uno sabrá entonces para donde y cuanto moverse a fin de cumplir el propósito de llegar hasta algún sitio determinado. En superficies tan enormemente grandes como el océano, unos kilómetros de error pueden ser fatales. Por lo tanto, durante la era de los grandes viajes marinos, la orientación era tan importante como las velas o el casco del propio barco.
La latitud (cuan al norte o cuan al sur) estaba controlada. La naturaleza ha dispuesto una estrella en una ubicación por demás conveniente. La estrella Polar se encuentra sobre el Polo Norte con lo cual si alguien se encontrara exactamente allí y mirara a la estrella a través de un tubo, el mencionado tubo formaría con el suelo un ángulo de 90º. A cualquier otra distancia del Polo uno mediría un ángulo distinto de 90º. Lo interesante es que ese ángulo forma parte de un triángulo que tiene vértices en la estrella Polar, el Polo y el barco. Mediante unos cálculos trigonométricos básicos puede uno hallar el largo del cateto que une el Polo con el barco determinando así la distancia entre ambos y por ende la latitud.
Con la longitud la cosa se complica. La Tierra carece de un Polo Este u Oeste y para peor tiene una terca tendencia a girar todo el tiempo en ese sentido. Pero la incomodidad que nos trajo el Mundial de Fútbol de Corea - Japón por tener que ver partidos a las 4 de la mañana tiene alguna utilidad al momento de resolver nuestro problema. La Tierra es una naranja gigantesca dividida en 24 gajos del mismo ancho, uno por cada hora. Por lo tanto la diferencia de horas entre uno y otro punto de la Tierra es también una diferencia de distancias. Si yo pudiera, como navegante, saber a que distancia del polo me encuentro en línea recta y fuera también capaz de ubicarme cuan al este u oeste me encuentro en linea recta de un punto fijo en tierra, podría conocer exactamente mi posición. Si supiera entonces que hora es en el barco y que hora es en ese mismo instante en, digamos, Barcelona podría calcular que distancia me separa de dicha ciudad. Y aquí, en lo de saber la hora que es en el barco, nos ayudará otra estrella, mucho más cercana que la Polar. Es más, la más cercana de todas.
Justo al mediodía, durante cualquier día de verano en el que uno busque una sombra hospitalaria, se encontrará en problemas dado que el culpable de la alta temperatura se halla justo sobre nuestras cabezas. El punto más alto del sol en el cielo son las 12 y el ángulo de su ascenso y declinación marca la hora con suma exactitud. Es el principio de funcionamiento de los relojes de sol. El real problema entonces es saber que hora es, para seguir con nuestro ejemplo, en Barcelona. Desafortunadamente en el siglo XIV no era posible enviarle un Whatsapp a Manolo que vive cerca del Camp Nou para averiguarlo. Bueno, me dirá usted, no hay necesidad de hacerse el vivo: ponga usted un reloj en hora en Barcelona y manténgalo andando en el camarote de su barco. De ese modo sabrá usted a cada momento cual es la hora en tierra firme y podrá compararla con la hora actual en su barco que habrá tenido la precaución de medir con el sol. Y como ya dijo, la diferencia de horas le dirá la distancia (al rededor de unos 1600 kilómetros por hora de diferencia o 15º que surgen de dividir los 360º de la esfera terrestre por 24) y podrá dejarse de molestar.
Ojalá hubiera sido tan sencillo, amigo. En el siglo XVI no existían los relojes a cuerda. Los mecanismos de relojería (bastante buenos, hay que decirlo) basaban su regularidad en péndulos y contrapesos. Dichos aparatos se empeñan en no funcionar en un ambiente tan oscilante como un barco en alta mar. Tendremos que buscar otra solución si no queremos terminar estrellados contra una costa sorpresivamente por desconocer nuestra ubicación. Y si bien no fue una solución, porque el método imaginado no funcionaba en absoluto (como podrán conjeturar con sólo leer en que consiste) hay que reconocer que era bastante ingenioso. Vamos para Londres un rato y después volvemos a alta mar.
Nuestro personaje se llamaba Kenelm Digby y nació a principios del siglo XVII llegaron a decir de él que era un compendio de todo lo que se sabía de todas las artes y las ciencias en ese momento y lo apodaban "El ornamento de la Nación" título que como verán le quedaba muy grande. Fue a estudiar a Oxford pero no se recibió de nada. Luego viajó al continente donde se dice que María de Médicis se enamoró perdidamente de él. Llegó a ser consejero de Carlos I de Inglaterra. Su familia (y él mismo) era católica y eso molestaba de algún modo al gobierno anglicano inglés por lo que, en una muestra de pragmatismo, Kenelm se convirtió al anglicanismo al menos por un rato. En representación del rey obtuvo patente de corso y anduvo por Gibraltar hostilizando a españoles y holandeses. Volvió a las islas británicas y al poco tiempo murió su mujer Venetia sumiéndolo en una profunda depresión. Abandonó el anglicanismo y volvió a convertirse a su antigua religión y se dedico, encerrado, al estudio de la alquimia. Y acá viene lo que nos interesa.
Estudió algunos problemas matemáticos de la época y pareciera ser que es el descubridor de el hecho de que las plantas también (como los animales) consumen oxígeno en su ciclo vital. Sus otros trabajos sobre botánica no fueron aceptados por la Royal Society. En cambio si la posteridad le debe la invención de la botella de vino. Mediante ciertas modificaciones en el horno utilizado pudo fabricar botellas más resistentes que las que existían en su momento y a causa del agregado de nuevos componentes fue capaz de fabricarlas en vidrio verde o ambar lo que mejoró las condiciones de almacenamiento. Pero, aunque le agradecemos desde acá semejante desarrollo, no será esa invención la que nos ayude a determinar cuan lejos nos encontramos de un punto fijo en tierra cuando nos hallamos navegando. Digby "inventó" lo que se dio en llamar: "Polvos simpáticos". Y no es que el polvo en cuestión le cayera bien a todo el mundo. Era un supuesto cicatrizante que funcionaba (en realidad no funcionaba) del siguiente extraño modo.
Para curar una herida con los Polvos Simpáticos de Kenelm Digby había que proceder del siguiente modo: De ninguna manera había que aplicar el polvo sobre la herida sino que había que conseguir el arma que la había provocado o mojar una venda en la sangre del damnificado. Luego, si lo que habíamos conseguido era el arma debía uno frotar el polvo sobre la hoja ofensora, en cambio si se hubiera conseguido un trapo con la sangre del herido debía preparar una solución del mencionado polvo y agua y sumergir la tela en ella. Claro que como casi nada en esta vida es gratis el uso del polvo tampoco. A decir de Digby aún la cura remota provocaba intensos dolores. En el momento de realizar el procedimiento el herido se vería sometido a fuertes dolores en la zona a curar, aún a kilómetros de distancia del sitio donde los Polvos Simpáticos se estuvieran aplicando. En apariencia el polvo no era más que sulfato cúprico que tiene, en solución, ciertas propiedades antisépticas. De hecho aún hoy se lo usa para controlar el crecimiento de algas en las piletas de natación y forma parte de preparados para tratar heridas e infecciones. Pero, lamento comunicarles que no tiene ningún tipo de acción a distancia, como podrán suponer. Claro que Digby sostenía que la acción a distancia se lograba, disponiendo el producto bajo ciertas configuraciones planetarias de carácter astrológico y con secretos pases alquímicos.
Alguno de ustedes preguntará ¿Por que demonios este tipo ha cambiado de tema tan abruptamente? ¿No veníamos hablando de los barcos y su orientación y sale con los polvos mágicos? ¿Está loco? ¿Es peligroso para si y para terceros? En tal caso preguntaré yo: ¿Dónde estaba usted cuando Dios repartió la paciencia? Venga conmigo hasta el otro párrafo que le explico.
El Método Digby para localizar la longitud en la que se encuentra un barco era tan cruel como inútil. Paso a explicar. Tome usted un perro y propínele una herida de arma blanca. No se deshaga del cuchillo, daga o puñal, su conservación es fundamental para el éxito del proyecto. Embárquese en un navío y por favor no se olvide de subir al perro herido consigo. Deberá lograr usted o alguno de sus ayudantes, que la herida no se cierre con el transcurso del tiempo. Navegue, digamos, hacia el oeste. A cierta hora, convenida antes de zarpar, una persona en tierra procederá a aplicar los Polvos Simpáticos sobre la hoja del arma que habrá tenido la precaución de guardar. Conforme el medicamento comience actuar y tal como dijimos provocar dolor al paciente, el perro comenzara a dar lastimeros ladridos de dolor. Tome usted el astrolabio y determine la hora a bordo. Si supongamos que usted pactó con quien lo asiste en tierra que frotará el cuchillo con el Polvo Simpático todos los dìas a las 12 del mediodía de Barcelona y usted al oír los ayes del perro determina que dentro del barco son las 9 de la mañana, se encontrará a unos 45 grados del punto de partida. Sencillo ¿No?
De más está decir que el sistema no funcionó. Se buscaron miles de excusas. Mala preparación de los polvos. Tolerancia al dolor del perro. Inconstancia horaria del encargado de frotar el cuchillo en tierra . Mientras tanto un almirante inglés chocó toda su flota contra las islas Sorlingas por no saber donde se encontraba y perecieron 200 hombres de su tripulación, otro barco inglés que había cruzado el estrecho de Magallanes pretendió buscar las islas Juan Fernández pero al no conocer exactamente su posición al este o al oeste se estrelló contra las costas chilenas.
Finalmente las posiciones de los barcos en alta mar se comenzaron a determinar por tablas lunares y más tarde con la aparición de los cronómetros todo fue mucho más fácil. Pero eso forma parte de otra historia.
Para tranquilidad de todos los amables lectores, el catedrático laosiano, luego del susto por haberse perdido está reposando en el Salón de Bridge, su jefe está a su lado tomando su té con un chorro de limón que es en definitiva lo que le había mandado a comprar.
Que anden bien
Para ubicarse sobre una superficie es necesario dar dos datos. Por ejemplo cuan al norte o sur se encuentra uno y cuan al este u oeste está de nosotros un punto determinado. Puede también decirse, camine usted tantos kilómetros sobre una recta que forme con nosotros un ángulo de tantos grados. Sabiendo donde se encuentra uno sabrá entonces para donde y cuanto moverse a fin de cumplir el propósito de llegar hasta algún sitio determinado. En superficies tan enormemente grandes como el océano, unos kilómetros de error pueden ser fatales. Por lo tanto, durante la era de los grandes viajes marinos, la orientación era tan importante como las velas o el casco del propio barco.
La latitud (cuan al norte o cuan al sur) estaba controlada. La naturaleza ha dispuesto una estrella en una ubicación por demás conveniente. La estrella Polar se encuentra sobre el Polo Norte con lo cual si alguien se encontrara exactamente allí y mirara a la estrella a través de un tubo, el mencionado tubo formaría con el suelo un ángulo de 90º. A cualquier otra distancia del Polo uno mediría un ángulo distinto de 90º. Lo interesante es que ese ángulo forma parte de un triángulo que tiene vértices en la estrella Polar, el Polo y el barco. Mediante unos cálculos trigonométricos básicos puede uno hallar el largo del cateto que une el Polo con el barco determinando así la distancia entre ambos y por ende la latitud.
Con la longitud la cosa se complica. La Tierra carece de un Polo Este u Oeste y para peor tiene una terca tendencia a girar todo el tiempo en ese sentido. Pero la incomodidad que nos trajo el Mundial de Fútbol de Corea - Japón por tener que ver partidos a las 4 de la mañana tiene alguna utilidad al momento de resolver nuestro problema. La Tierra es una naranja gigantesca dividida en 24 gajos del mismo ancho, uno por cada hora. Por lo tanto la diferencia de horas entre uno y otro punto de la Tierra es también una diferencia de distancias. Si yo pudiera, como navegante, saber a que distancia del polo me encuentro en línea recta y fuera también capaz de ubicarme cuan al este u oeste me encuentro en linea recta de un punto fijo en tierra, podría conocer exactamente mi posición. Si supiera entonces que hora es en el barco y que hora es en ese mismo instante en, digamos, Barcelona podría calcular que distancia me separa de dicha ciudad. Y aquí, en lo de saber la hora que es en el barco, nos ayudará otra estrella, mucho más cercana que la Polar. Es más, la más cercana de todas.
Justo al mediodía, durante cualquier día de verano en el que uno busque una sombra hospitalaria, se encontrará en problemas dado que el culpable de la alta temperatura se halla justo sobre nuestras cabezas. El punto más alto del sol en el cielo son las 12 y el ángulo de su ascenso y declinación marca la hora con suma exactitud. Es el principio de funcionamiento de los relojes de sol. El real problema entonces es saber que hora es, para seguir con nuestro ejemplo, en Barcelona. Desafortunadamente en el siglo XIV no era posible enviarle un Whatsapp a Manolo que vive cerca del Camp Nou para averiguarlo. Bueno, me dirá usted, no hay necesidad de hacerse el vivo: ponga usted un reloj en hora en Barcelona y manténgalo andando en el camarote de su barco. De ese modo sabrá usted a cada momento cual es la hora en tierra firme y podrá compararla con la hora actual en su barco que habrá tenido la precaución de medir con el sol. Y como ya dijo, la diferencia de horas le dirá la distancia (al rededor de unos 1600 kilómetros por hora de diferencia o 15º que surgen de dividir los 360º de la esfera terrestre por 24) y podrá dejarse de molestar.
Ojalá hubiera sido tan sencillo, amigo. En el siglo XVI no existían los relojes a cuerda. Los mecanismos de relojería (bastante buenos, hay que decirlo) basaban su regularidad en péndulos y contrapesos. Dichos aparatos se empeñan en no funcionar en un ambiente tan oscilante como un barco en alta mar. Tendremos que buscar otra solución si no queremos terminar estrellados contra una costa sorpresivamente por desconocer nuestra ubicación. Y si bien no fue una solución, porque el método imaginado no funcionaba en absoluto (como podrán conjeturar con sólo leer en que consiste) hay que reconocer que era bastante ingenioso. Vamos para Londres un rato y después volvemos a alta mar.
Kenelm Digby |
Estudió algunos problemas matemáticos de la época y pareciera ser que es el descubridor de el hecho de que las plantas también (como los animales) consumen oxígeno en su ciclo vital. Sus otros trabajos sobre botánica no fueron aceptados por la Royal Society. En cambio si la posteridad le debe la invención de la botella de vino. Mediante ciertas modificaciones en el horno utilizado pudo fabricar botellas más resistentes que las que existían en su momento y a causa del agregado de nuevos componentes fue capaz de fabricarlas en vidrio verde o ambar lo que mejoró las condiciones de almacenamiento. Pero, aunque le agradecemos desde acá semejante desarrollo, no será esa invención la que nos ayude a determinar cuan lejos nos encontramos de un punto fijo en tierra cuando nos hallamos navegando. Digby "inventó" lo que se dio en llamar: "Polvos simpáticos". Y no es que el polvo en cuestión le cayera bien a todo el mundo. Era un supuesto cicatrizante que funcionaba (en realidad no funcionaba) del siguiente extraño modo.
Para curar una herida con los Polvos Simpáticos de Kenelm Digby había que proceder del siguiente modo: De ninguna manera había que aplicar el polvo sobre la herida sino que había que conseguir el arma que la había provocado o mojar una venda en la sangre del damnificado. Luego, si lo que habíamos conseguido era el arma debía uno frotar el polvo sobre la hoja ofensora, en cambio si se hubiera conseguido un trapo con la sangre del herido debía preparar una solución del mencionado polvo y agua y sumergir la tela en ella. Claro que como casi nada en esta vida es gratis el uso del polvo tampoco. A decir de Digby aún la cura remota provocaba intensos dolores. En el momento de realizar el procedimiento el herido se vería sometido a fuertes dolores en la zona a curar, aún a kilómetros de distancia del sitio donde los Polvos Simpáticos se estuvieran aplicando. En apariencia el polvo no era más que sulfato cúprico que tiene, en solución, ciertas propiedades antisépticas. De hecho aún hoy se lo usa para controlar el crecimiento de algas en las piletas de natación y forma parte de preparados para tratar heridas e infecciones. Pero, lamento comunicarles que no tiene ningún tipo de acción a distancia, como podrán suponer. Claro que Digby sostenía que la acción a distancia se lograba, disponiendo el producto bajo ciertas configuraciones planetarias de carácter astrológico y con secretos pases alquímicos.
Alguno de ustedes preguntará ¿Por que demonios este tipo ha cambiado de tema tan abruptamente? ¿No veníamos hablando de los barcos y su orientación y sale con los polvos mágicos? ¿Está loco? ¿Es peligroso para si y para terceros? En tal caso preguntaré yo: ¿Dónde estaba usted cuando Dios repartió la paciencia? Venga conmigo hasta el otro párrafo que le explico.
El Método Digby para localizar la longitud en la que se encuentra un barco era tan cruel como inútil. Paso a explicar. Tome usted un perro y propínele una herida de arma blanca. No se deshaga del cuchillo, daga o puñal, su conservación es fundamental para el éxito del proyecto. Embárquese en un navío y por favor no se olvide de subir al perro herido consigo. Deberá lograr usted o alguno de sus ayudantes, que la herida no se cierre con el transcurso del tiempo. Navegue, digamos, hacia el oeste. A cierta hora, convenida antes de zarpar, una persona en tierra procederá a aplicar los Polvos Simpáticos sobre la hoja del arma que habrá tenido la precaución de guardar. Conforme el medicamento comience actuar y tal como dijimos provocar dolor al paciente, el perro comenzara a dar lastimeros ladridos de dolor. Tome usted el astrolabio y determine la hora a bordo. Si supongamos que usted pactó con quien lo asiste en tierra que frotará el cuchillo con el Polvo Simpático todos los dìas a las 12 del mediodía de Barcelona y usted al oír los ayes del perro determina que dentro del barco son las 9 de la mañana, se encontrará a unos 45 grados del punto de partida. Sencillo ¿No?
Tablas Lunares |
Finalmente las posiciones de los barcos en alta mar se comenzaron a determinar por tablas lunares y más tarde con la aparición de los cronómetros todo fue mucho más fácil. Pero eso forma parte de otra historia.
Para tranquilidad de todos los amables lectores, el catedrático laosiano, luego del susto por haberse perdido está reposando en el Salón de Bridge, su jefe está a su lado tomando su té con un chorro de limón que es en definitiva lo que le había mandado a comprar.
Que anden bien