En los últimos posteos de el presente blog los invité a viajar lejos en tiempo y espacio (Persia 1.300 años antes de Cristo o la India casi 200 años atrás). Es pues tiempo que nos quedemos acá y que si hemos de retroceder en el tiempo no sea tan violenta la retirada sino que nos movamos unos 50 o 60 años apenas.
Hace pocos días se anunció el próximo lanzamiento de un nuevo satélite argentino el AR SAT I y los ensayos de construcción del AR SAT II a la vez que entra en la etapa final de diseño el SAOCOM 1 A. Alguien pudiera pensar que mientras las grandes potencias espaciales (EEUU o Rusia) lanzan gente a realizar tareas científicas en pleno espacio o sondas a los diferentes planetas de nuestro sistema solar, que nosotros sintamos orgullo por los satélites construidos aquí es apenas un premio consuelo. Aún sabiendo que no hay en el mundo muchos países constructores de satélites (apenas 6. 7 con la Argentina) el hecho de que los demás estén viajando a otros planetas, mientras que nosotros apenas llegamos acá a la vuelta, hace que uno se sienta lejos. Si me acompañan y prometen no tocar nada, les voy a contar que hace unos 50 años estábamos cerca, muy cerca. Como en tantas otras oportunidades, lo que unos gobiernos avanzaron, otros lo retrocedieron. Pónganse la cofia y los guantes que vamos a develar el pasado espacial de nuestro país.
Antes que nada unas aclaraciones para que todos sepamos cuan difícil es la cuestión. La tierra es una masa de piedra y agua gigantesca. Nos atrae con una fuerza enorme, en parte por culpa de Newton. Cualquiera que haya saltado hacia arriba alguna vez, tendrá claro que por mucho que nos empujemos, el camino recorrido es corto. A poco de subir, nos precipitamos hacia abajo con la misma facilidad. Aún los aviones que parecen tener la magia de despegarse del suelo, en cuanto dejan de ser impulsados por sus poderosos motores descienden por culpa de la maldita gravedad. Hay que hacer muchísima fuerza para escaparse de ella. La velocidad de escape de la Tierra es de 11 kilómetros por segundo. Si, no me equivoqué, por segundo. Si los cálculos no me fallan, unos 40.300 kilómetros por hora. Cuanto más pesado sea el coso que queremos lanzar fuera de la Tierra, más grande será la fuerza a desarrollar para lograr la aceleración necesaria para alcanzar esa tremenda velocidad.
La gran ventaja es que, conforme nos alejamos del centro de la Tierra, la fuerza con la que nos atrae es considerablemente menor que en la superficie. Para decirlo más claro: cuanto más nos alejamos, más fácil es seguir alejándose. Así las cosas, vamos a la historia.
Una vez que el hombre tuvo claro lo de la velocidad de escape, también tuvo claro que el único método para lograr salir de la atracción gravitatoria era el cohete. La intención en un principio fue poner en órbita terrestre un aparato, luego algún ser vivo y de últimas una persona. Finalmente, por todos es conocido que el 4 de octubre de 1957, la entonces Unión Soviética logró la hazaña de poner en órbita al Sputnik, una pelota de metal de unos 80 kg de peso (de masa, debería decir, pero eso es motivo de otra nota). Pero apuesto a que ninguno de ustedes conocía que tan temprano como en 1949, científicos argentinos diseñaron el AN-1, un motor que en mayo del año siguiente impulsó al cohete Tábano haciéndole alcanzar una nada despreciable velocidad de 850 Km/h.
Para ese entonces (1957) se habían comprobado 2 cosas fundamentales. Que los cohetes podían llegar tan lejos como se quisiera y que un aparato podía resistir la velocidad, el empuje necesario y las condiciones de ingravidez del espacio. Pero....un tipo? En principio, probar con una persona era moralmente objetable, entonces la solución más a la mano y con menos impedimentos éticos fue enviar animales al espacio.
En noviembre de 1957, un mes después del lanzamiento del 1º Sputnik, la perra Laika se convierte en la primer mártir de la carrera espacial a costa de ser el primer ser vivo en salir de la Tierra. Ya poner un aparato en órbita había dejado de ser el objetivo. La carrera de ambas potencias consistía en ese momento en poner a un humano a dar vueltas al rededor de la Tierra y traerlo vivo a casa para que cuente como le fue. En eso andaban los Rusos y Norteamericanos. Tímidamente los franceses andaban lanzando cápsulas con animales con el mismo objetivo pero sin la presión de tripularlas con humanos convirtiéndose en el 3º país de la lista. Sorprendentemente, hace su aparición el 4º país en integrar el selecto club de los lanzadores de seres vivos al espacio.
Para 1967 el CELPA, (Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados) había cumplido con el desarrollo de una serie de lanzadores apellidados Centauro (Alfa, Beta y, adivinaron, Gama) y desarrollaba un nuevo proyecto llamado Orion. Los lanzadores Orion podían albergar una carga útil de unos 25 kg. y alcanzar los 114 Km de altura, fuera de los 100 km que se consideran el límite de la atmósfera y el comienzo del espacio exterior. Se acondicionó especialmente una cápsula con medidores biométricos en la ojiva del mismo y se entrenaron 3 grupos de ratones, para luego seleccionar uno de ellos. Los del primer grupo fueron bautizados con nombres comenzados con A (Alejo, Aurelio y Anastasio) los del segundo con B y obviamente los del último con C. Fue elegido entonces un ratón del 2º grupo llamado Belisario. Finalmente el 11 de abril de 1967 Belisario se convierte en el primer argentino en el espacio. Y no solo eso, a diferencia de Laika, Belisario tocó tierra suavemente y vivió para contarlo (en realidad se lo había entrenado pero no lo suficiente como para que lo cuente). Argentina se ponía cuarta, en la fila de los países que habían logrado sacar del planeta a un ser vivo.
Pero habría más. Un par de años más tarde sería el turno de Juan. Era un mono caí oriundo de la provincia de Misiones, que a bordo de un cohete Canopus II llegó al espacio en vuelo sub orbital el 23 de diciembre de 1969. Luego del vuelo, quizá su mejor premio hubiese sido volver a su selva natal, pero no pudo ser. Se convirtió durante algunos años más en la principal atracción del zoológico de la Ciudad de Córdoba.
De ahí en más, la actividad espacial argentina se va apagando de a poco. Un proyecto que podría haber sido interesante, la apagó del todo por presiones políticas. Se trataba del Cóndor un misil que, además de fines bélicos podría tener la capacidad de colocar una carga de hasta media tonelada.
Hubo que esperar hasta 2007 para que Argentina se ponga nuevamente en carrera. Se trata ahora de la serie de cohetes Tronador que permitirá colocar en órbita cargas satelitales no sólo propias sino de quienes alquilen sus servicios. Se calcula que su vuelo inaugural pleno ocurrirá en diciembre del 2015.
Quizá esto parezca poco, pero teniendo en cuenta que fuimos el 4º país del mundo en enviar un ser vivo al espacio y uno de los 7 países que construyen sus propios satélites, si todo sale bien, para fines del 2015 seremos uno de los 10 países del mundo que construyen sus propios vehículos espaciales.
Definitivamente no es poco. En el 2001 nos conocían por lanzar piedras a la policía y hoy lo hacen por lanzar nuestros propios satélites en nuestros propios vehículos espaciales.
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