El cine lo acostumbró a uno a verlos con su armadura pulida, su dentadura blanca y, cuando se quitaban el yelmo, sus pelos al viento. Les juro que los caballeros andantes medievales eran una cosa bastante distinta de lo que el cine nos muestra.
Cubiertos de hasta 250 piezas de acero, con un peso de unos 30 kg de fierro calentado por el sol encima, bañándose cada tanto y recibiendo heridas cada dos por tres, estos muchachos habían de tener un aspecto muy disimil al que Hollywood nos presenta. Bombilla Tapada hoy pasará revista a las extrañas costumbres de los miembros de la caballería andante y particularmente referiremos la locura de uno de ellos bastante poco conocido.
En principio mantener un caballo con aptitudes para el combate y un escudero, además de comprar la armadura fabricada a medida no era barato. La caballería andante estaba reservada a los nobles de posición económica holgada. Por otra parte, como ya dijimos, el aparataje que estos cristianos llevaban sobre su cuerpo suponía un sobrepeso de unos 30 kilogramos condición que reservaba su ejercicio a personas jóvenes y atléticas. La caballería formaba parte de los ejércitos como un cuerpo más, que atacaba luego que que la infantería (los soldados de a pié) habían hecho lo suyo. Como nobles que eran creían estar destinados a culminar la batalla definiendo lo que los pobres combatientes de a pié habían comenzado.
El tema era buscarse algo para hacer en los periodos entre guerras. Mover con solvencia las espadas, escudos y lanzas metidos dentro de sus corazas de lata no era para improvisados y su efectividad dependía del continuo entrenamiento. Los torneos eran la brutal versión de un partido amistoso equiparándolo con el fútbol. La intención, en principio era lograr que el otro jinete cayera de su caballo enfrentándose en un campo llamado "lisa". Todos hemos visto alguna vez esta escena en el cine o la televisión. Alejados una distancia cercana a los 100 metros, los dos jinetes toman carrera y, mas o menos a medio camino, se cruzan propinándose mutuamente un viandazo de proporciones, generalmente con la lanza. En algunos torneos alcanzaba con ésto para obtener la victoria. En otros la pelea continuaba de a pié.
No crean que todo era así de brutal. También había exhibición de carruajes y escudos. Juegos de sortija (antecesores de nuestras gauchescas carreras de sortija donde nuestros paisanos prueban su habilidad ensartando un anillo pendiente de un hilo al galope) y un juego llamado quintena que consistía en aporrear a la carrera a un maniquí que merced a un eje central, descargaba un golpe al participante cuando era golpeado.
Ahora bien. ¿Que hacían estos muchachos cuando no había guerra o torneos? ¿Que motivación podrían sostener para andar todo el día con esas corazas y cotas de malla (una especie de mameluco interior fabricado con pequeñas argollas de acero a modo de tejido) ? Pues bien. Los caballeros andantes, andaban. Y andaban buscando aventuras. ¿Y para que? se preguntará usted. Para ofrendarle su victoria (tanto en sus aventuras como en sus torneos) a su dama diré yo. Ya me parecía - responderá entonces usted - que había minas de por medio. Muchachos jóvenes, atléticos, con dinero y fama...je je. Se ve que no nos estamos entendiendo, mi distinguido lector. Los códigos de la caballería eran muy distintos a lo que uno esperaría de una relación hombre - mujer actual. Vengan por acá que les muestro.
Ulrich von Liechtenstein |
El noble caballero estaba obligado a buscar a una noble dama y ofrecerle sus servicios. Ésta (la dama) normalmente estaba casada pero a su marido no le importaba. O mejor dicho si. Porque era muy bien visto, y hasta un orgullo para el tipo, que un caballero de gran fama hubiese elegido a su esposa para ofrendarle sus victorias. La dama en principio, decían las reglas no escritas, debía negarse. Era ahí donde el caballero andante partía a realizar alguna hazaña: ganar un torneo, rescatar a un secuestrado, retar a combate a todo aquel que pretendiera cruzar un puente o una encrucijada de caminos. Una vez lograda la victoria, se presentaba nuevamente frente a la dama y ofrecía sus servicios ofrendando esta vez su triunfo. Esta vez si, la dama aceptaba y se sellaba el pacto. Le daba a su caballero un pañuelo o un pedazo de su vestido y éste lo ataba a la punta de su lanza. Y eso era todo lo que el caballero obtenía de su dama.
El enamorado platónico componía poemas para ella (normalmente sin nombrarla) y además, cada vez que vencía a otro caballero le perdonaba la vida a cambio de que fuera ante su dama y se ofreciera a ella como esclavo. Habitualmente la dama rechazaba la esclavitud del vencido con un: Vaya nomás. No era extraño que, un noble armado caballero y casado formalmente con una dama, ofreciera sus servicios a otra dama en tanto que su propia esposa tuviera su propio caballero cortejante. Así de confusas eran las cosas por ese entonces. Detalles más, detalles menos, es lo que se dio en llamar amor cortés. Los libros de la saga del Rey Arturo lo muestran en serio y el famosísimo Don Quijote es la burla de Cervantes a semejantes comportamientos llevados al extremo del ridículo por don Alonso Quijano, nombre civil del protagonista de su novela.
Si bien no parece muy sensato correr serios riesgos de perder la vida o quedar minusválido a cambio de un pañuelo u otro trozo de tela, uno de los caballeros andantes que registra la historia, estaba particularmente desequilibrado. Su nombre Ulrich von Liechtenstein. Nació en el año 1200 en lo que hoy es Austria y a los 23 años fue ordenado caballero por el Duque Leopoldo VI. Como era habitual, los caballeros no solían manifestar por escrito el nombre de su dama, pero por indicios indirectos se supone que había decidido beneficiar a Teodora Angelina, la mismísima esposa del Duque. Dama de semejante alcurnia esperaba ser cortejada por un caballero de mayor rango, por lo tanto no hacía más que rechazar a nuestro Ulrich. En cierto momento, ante la insistencia de von Liechtenstein, le confesó a una de sus damas de compañía (tía de Ulrich) que más allá de la diferencia de estatus social, había un impedimento mayor para aceptarlo y era que Ulrich tenía el famoso "labio de los Habsburgo" lo que a la Duquesa le provocaba cierto rechazo (lo que en criollo sería unos labios como para chupar naranjas). Ulrich entonces, se dirigió a la ciudad de Graz donde se lo hizo operar. Claro que lo que hoy sería una intervención menor en esa época (800 años atrás) resultaba una carnicería. A falta de anestésicos los médicos utilizaban unos sillones con correas para maniatar al paciente mientras era intervenido. Para demostrar su hombría y decisión Ulrich se negó a ser atado. Soportó el dolor sin mover un solo músculo mientras el médico le reducía (como podía) el labio superior. Durante 6 meses casi no pudo ni comer, quedó postrado en la cama y tuvo la fortuna de sobrevivir.
Teodora Angelina |
Le escribió varios poemas a la Duquesa y siempre recibió el rechazo como respuesta. Comenzó a participar en torneos y justas con gran éxito, dedicando a su dama los triunfos pero nada parecía conmover a Teodora. En uno de los torneos casi pierde el dedo meñique de una de sus manos. Se lo volvieron a acomodar y le quedó puesto pero feamente torcido. Por intermedio de un amigo en común le mando a decir a la Duquesa que la virtual pérdida del dedo no era más que otra demostración de su amor por su dama. Teodora Angelina le respondió que no sería para tanto si el dedo, mal que mal, seguía puesto en su mano. Con la ayuda de otro amigo (tan desquiciado como él) y a pura daga y martillo se amputó definitivamente el dedo. Aún vendado escribió otro poema lo hizo encuadernar y encargó a un orfebre que fabricara un aplique el forma de dedo meñique para cerrar sus tapas. El cierre debía ser hueco a fin de contener dentro el auténtico dedo amputado de Ulrich.
A pesar de este acto de valentía, caballerosidad o locura, la Duquesa siguió rechazándolo.
Tapiz que recuerda a Ulrich/Venus |
Viajó a Venecia y durante el invierno encargó a sastres de la ciudad que le confeccionaran ropa para su medida...pero de mujer. Los atuendos incluían una larga cabellera rubia tranzada con perlas. Dispuso que un heraldo se le adelantara invitando a combate singular a todos los caballeros que lo dispusieran personificando von Liechtenstein a la Diosa Venus, en sus trajes de mujer. Quienes lo vencieran recibirían un anillo de oro. En cambio si Venus/Ulrich era el ganador debía rendirle honores a "cierta dama" que era ni más ni menos que su amada.
577 caballeros aceptaron el reto. 270 recibieron su anillo de oro. Pero un impresionante número (307) fueron vencidos por Ulrich, en alguna ocasión hasta derrotando a 4 de ellos en la misma jornada y sin recibir mayores daños personales.
Después de semejante gira, que lo llevó hasta Bohemia, Ulrich decidió volver a Austria no sólo a ver si ahora su amada lo aceptaba sino para ver a su familia. Es que el demente de von Liechtenstein tenía mujer y 4 hijos. Una vez cumplidos sus compromisos familiares volvió a la corte y recibió una nota de la Duquesa que decía que Teodora "comparte la alegría de vuestra gloria" y que "aceptaba entonces sus servicios" y en prueba de tal aceptación le enviaba un anillo.
Luego de un par más de idas y vueltas (la Duquesa fingió, para desesperación de Ulrich, un nuevo rechazo al que sobrevino una nueva admisión a su servicio) Teodora consintió en tener con su caballero una entrevista personal cara a cara. Ulrich casi muere de la emoción. Las condiciones para tal encuentro incluían que von Liechtenstein debía camuflarse entre los leprosos que pedían limosna a la entrada del castillo y esperar a que lo llamaran. Vivió varios días entre el asco, la repugnancia, la lluvia y el frío. Luego de varias jurnadas, sucio y lleno de piojos, lo contactó una doncella diciéndole que esa noche debía esperar frente a la ventana de los aposentos privados de la Duquesa con una luz en la mano. Parado, vestido solo con una camisa y una vela en la mano, Ulrich creyó tocar el cielo con las manos cuando vio bajar desde la ventana de su dama, una plataforma confeccionada con sábanas que lo invitaba a subir. Se sintió espiritual y literalmente elevado por los aires y a punto estaba de tomar la mano de su amada cuando (accidental o deliberadamente) la plataforma se vino al suelo junto con los huesos de Ulrich.
A pesar de todo, von Liechtenstein aceptó las explicaciones de la Duquesa y siguió, quizá menos convencido, a su servicio. En apariencia y después de haberlo logrado, el Duque Leopoldo, quien lo había ordenado caballero, procedió a morirse y Teodora, su amada, se recluyó en un convento. Finalmente, sin dama a quien cortejar Ulrich von Liechtenstein dejó la caballería andante y se fue a su casa con su mujer e hijos. Su cuerpo había juntado desengaños espirituales y daños materiales pero se las arregló de algún modo para vivir hasta los 78 años, toda una extrañeza para la época.
Les dejo, entonces la poco conocida historia del caballero Ulrich von Liechtenstein para que aprendan todos aquellos que, aún en el día de su propio aniversario de casados, se quejan porque la florería está a 3 cuadras de su casa y no quieren ir a por un mísero ramo de fresias.
Que anden bien
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