Como no podía ser de otro modo, todos los miembros del staff de Bombilla Tapada tienen una ciega fe en la ciencia. Hombres de letras y claustros. De pluma y biblioteca. De punto y banca. Estos catedráticos escogidos de entre los mejores disponibles abjuran de cualquier cosa que no pueda demostrarse por medio de teoremas, método científico y tesis. La imágenes religiosas, de cualquier origen que sean, están prohibidas en el ámbito del blog a no ser que sean estudiadas como hecho artístico o cultural y no como vehículo de adoración. Lo paranormal es atacado con más furia que inteligencia por estos verdaderos paladines del razonamiento.
De vez en vez y a modo de ejercicio intelectual alguno de los catedráticos propone buscar argumentos científicos para rebatir creencias populares carentes de sustento tales como la lectura de manos, los horóscopos o el impedimento intestinal que le ocurre a los caninos domésticos al momento de entrelazar los dedos índices en forma de gancho uno con el otro. Pero a veces el caso está tan en el límite entre la ciencia y la superchería que resulta difícil reconocer de cual de ambas cosas se trata. La tirada de cuerito, el mal de ojo, la aparición nocturna del Cuco ante aquellos infantes que se nieguen a beber la sopa son tópicos de discusión usuales entre nuestros catedráticos. Pero como suele ocurrir habitualmente alguien, en este caso nuestro experto en Biología Abisal, presenta un tema que es desconocido para el resto del plantel y eso de por si merece el comienzo de una investigación multidiciplinaria y su publicación en el blog, cosa con la que cumpliremos en este acto. Vengan por aquí, hablaremos del Ingeniero argentino Juan Baigorri Velar y su máquina de hacer llover. Traigan impermeable y paraguas para el caso en el que funcione.
Consolidado el uso de la corriente eléctrica tanto para iluminación como para la fuerza motriz, el siguiente juguete de los científicos de la primera mitad del siglo XX eran las ondas electromagnéticas. Para un observador externo era una cosa sobrenatural. No se ven, no necesitan de cable ni siquiera de aire para propagarse, actúan a distancias enormes viajando a la velocidad de la luz. Hoy estamos acostumbrados a los celulares, los controles remotos, la radio y la televisión pero provocar esa acción a distancia, en aquella época, parecía cosa de magia.
Jugando con esas cosas estaba el ingeniero geofísico Juan Baigorri Velar en 1926. Había nacido en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos pero se recibió en la Universidad de Milán, en Italia. Por su profesión, el ámbito natural de trabajo era mayormente la exploración petrolera y minera y de hecho el ingeniero Baigorri había trabajado en diversas compañías que se dedicaban a ese tipo de negocio. Estaba experimentando con cierto aparato de su invención que tenía por objeto descubrir metales en el suelo aprovechando su conductividad magnética. Sin embargo, a decir de él mismo, con molesta frecuencia debía interrumpir sus tareas al aire libre a causa de la lluvia. Baigorri comenzó a sospechar que el funcionamiento de su aparato y la lluvia no eran cosas aisladas.
En 1929, Enrique Mosconi, militar, ingeniero y primer presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales lo convoca a trabajar en la compañía en virtud a su experiencia en el área de prospección de terrenos. Baigorri entonces, deja de dar vueltas por el mundo y se radica definitivamente en la Argentina. Vivía en ese entonces con su familia en el barrio de Caballito, pleno centro geográfico de la capital. Paralelamente a su trabajo en YPF nuestro ingeniero seguía estudiando la relación entre su aparato (del tamaño de una TV de 14 pulgadas de las de tubo con algunas perillas y diales, operada a batería y con dos notorias antenas exteriores) y la lluvia. Una mañana recorre la Avenida Rivadavia (para los que no conozcan dicha avenida arranca en pleno centro de la Capital Federal y la cruza completamente de Este a Oeste a lo largo de 35 kilómetros internándose fuera de los límites de la ciudad) altímetro en mano y determina que Villa Luro es el punto más alto de su recorrido. Vende entonces su casa de Caballito y se muda a la esquina de Falcón y Araujo en barrio mencionado. La casa elegida no solo se encontraba según sus mediciones en el lugar más adecuado sino que contaba con un hospitalario altillo, ideal para sus experimentos.
En 1938 se presentó en las oficinas del Ferrocarril Central Argentino. Bueno, lo de Argentino es una forma de decir, dado que en esos tiempos el tendido ferroviario nacional estaba montado, administrado y explotado por ingleses. De hecho el gerente de la empresa, ante el cual Baigorri solicitó una entrevista, era un sujeto inglés de apellido MacRae. Baigorri fue al grano, le indicó a MacRae que él contaba con un dispositivo capaz de hacer llover. Probablemente el inglés pensó: Si este tipo está en lo cierto esto sería el logro más grande de la ciencia hasta el momento, y si se trata de un chiflado habremos invertido solamente el costo de un pasaje. Abordaron días mas tarde uno de los trenes Baigorri y su aparato en compañía de Hugo Miatello quien se desempeñaba como Jefe de Fomento Rural de la empresa y quien oficiaría de informante luego ante MacRae.
Astutamente MacRae le proveyó a Baigorri y su aparato pasajes hacia la localidad de Pinto en la provincia de Santiago del Estero donde, según los registros, no llovía desde 1935. El 22 de diciembre de 1938 el ingeniero conectó su aparato, direccionó las antenas, movió algunas de sus perillas y a decir de Miatello posteriormente, casi de manera instantánea el seco y sofocante viento del norte cambió por uno de dirección este. La máquina se mantuvo funcionando durante 55 horas (era un caso difícil, hacía 3 años que no llovía) al cabo de las cuales se desató una lluvia de 60 mm. Nada mal para una provincia que recibe unos 800 mm de promedio al cabo de todo un año completo. Al parecer, Miatello cursó la información mediante telegramas a su jefe porque al llegar el ingeniero Baigorri a la estación de Retiro, en Buenos Aires una multitud lo llevó en andas por las calles. A partir de ahí se lo conoció como el "Mago de Villa Luro" y comenzó a dar entrevistas para múltiples diarios y revistas tanto nacionales como extranjeras. Entre sus visitantes se encontró un ingeniero estadounidense quien ofreció comprarle la patente del invento a lo que Baigorri respondió que de ninguna manera exportaría su creación. Como argentino pretendía que su aparato beneficiara principalmente a su país.
Entre tanto homenaje y felicitación apareció una voz discordante. Se trataba de Alfredo Galmarini, Director de la Oficina Nacional Meteorológica. Galmarini no solo no dio crédito al procedimiento de Baigorri sino que sugirió que en lugar de haberlo presentado el 22 de diciembre debió haberlo pospuesto para el 28, como broma del Día de los Inocentes. Sostuvo que la lluvia había sido predicha en tiempo y forma por su dependencia aún antes de la llegada del Mago de Villa Luro a la provincia de Santiago del Estero. Por otra parte explicó que las condiciones meteorológicas que desencadenaron la lluvia eran consecuencia de procesos atmosféricos que habían dado comienzo a 1.500 kilómetros de allí de modo que si ese aparato de mínimo tamaño y poder fuera capaz de influir de tal modo en la meteorología, con uno más grande o una serie de ellos trabajando en conjunto debería ser posible provocar un nuevo Diluvio Universal.
Baigorri no se amilanó y se auto desafió a provocar una lluvia para el 2 de enero próximo. Un par de días después Galmarini recibió en su oficina un ahusado paquete con una tarjeta personal. Se trataba de un regalo de parte del ingeniero. La tarjeta decía: "Para que lo use el 2 de enero a la madrugada" y dentro del paquete había un previsible paraguas. Algunos vecinos se acercaron a la verja de la casa de Araujo 105 para preguntarle si no podía posponer su lluvia, dado que temían que les aguara el festejo del Año Nuevo. Otros simplemente se acercaron a vivarlo al son de: "Que llueva/que llueva/Baigorri está en la cueva/ Enciende el aparato/ y llueve a cada rato". El pronóstico meteorológico emitido el 1º de enero de 1939 anunciaba: Nubosidad variable con probabilidad de chaparrones y tormentas eléctricas aisladas. Los 3 millones de habitantes de la ciudad, para ese entonces, se la pasaron todo el día de Año Nuevo mirando el cielo a la espera de las señales del trabajo del ingeniero. Cuando comenzó a oscurecer aparecieron unas nubes en el cielo, que a medianoche ya eran un manto que impedía ver las estrellas. A eso de las 2 de la mañana comenzó tímidamente a llover, con esos gotones típicos de las lluvias de verano. Para las 5 de la mañana un temporal de viento y lluvia castigó severamente a la ciudad. Galmarini se negó a hacer ningún tipo de declaración a la prensa.
Un mes después es convocado de urgencia a la localidad bonaerense de Carhué, a unos 530 kilómetros al sudeste de Buenos Aires. El lago Epecuén, su espejo de agua, se encuentra virtualmente seco. Los días 7 y 8 de febrero de ese año, aparentemente a instancias de Baigorri, llueve de tal modo que el citado lago desborda. Inexplicablemente Baigorri parece olvidarse de su invento y vuelve a la actividad geofísica para la que había sido contratado por YPF. Recién tenemos noticias públicas de él 12 años más tarde, en ocasión de una gran sequía en la provincia de Córdoba. Raúl Mendé ministro de Asuntos Técnicos de Perón recuerda las lluvias aparentemente provocadas por don Baigorri y lo manda a llamar. Como consecuencia de su aparente labor el embalse del Dique San Roque, a causa de las lluvias, llegó a una altura de 35 metros siendo que su profundidad media es de 16. Otros éxitos se sucedieron en San Juan y La Pampa.
Ante esta aparente realidad uno se pregunta ¿Por que el Gobierno Nacional no contrató nunca oficialmente a Baigorri Velar y su "pluviógeno" tal como se había dado en llamar el aparato. La explicación se encuentra tangencialmente en otro post de Bombilla Tapada (http://bombillatapada.blogspot.com.ar/2013/10/de-austria-monte-grande-un-chiflado-en.html ). El gobierno de Perón había metido la pata hasta la ingle hacía unos años con un supuesto científico nuclear austríaco cuya historia se cuenta en el link de más arriba. Antes de homologar oficialmente los logros de Bairgorri se le exigía una explicación detallada del funcionamiento y pormenores técnicos de su máquina. Pero el ingeniero se negaba tozudamente a explicar nada mas allá de unas vanas generalidades.
Baigorri se recluyó en su casa de Villa Luro y no se conocen sus pasos hasta una fugaz reaparición en 1970. Esta vez quien lo convoca es el Uruguay, por una brutal sequía en el Río Negro. Por mucho que Baigorri lo intenta, se niega pertinazmente a llover. Baigorri reclama el pago convenido de todos modos. Los uruguayos se niegan a hacerlo; no lluvia, no dinero. Baigorri les entabla una demanda judicial. Desconocemos si el Código Civil uruguayo contiene alguna cláusula acerca de las promesas de lluvia incumplidas.
La muerte sorprende a Juan Baigorri Velar a los 81 años el 24 de marzo de 1972. Nunca se encontró ni la máquina, ni anotaciones, ni planos. Es más, la casa de Araujo 105 ha sido demolida hace unos meses por lo que ya no queda ninguna esperanza no solo de reproducir los experimentos sino tan siquiera de conocer si realmente funcionaba.
Mientras tanto solo nos va quedando el rústico recurso de calzarnos nuestros taparrabos de plumas y ponernos a bailar al rededor de un tronco de modo de convocar a los espíritus de la lluvia a que vengan a darnos una mano cuando lo necesitamos.
Que anden bien.
De vez en vez y a modo de ejercicio intelectual alguno de los catedráticos propone buscar argumentos científicos para rebatir creencias populares carentes de sustento tales como la lectura de manos, los horóscopos o el impedimento intestinal que le ocurre a los caninos domésticos al momento de entrelazar los dedos índices en forma de gancho uno con el otro. Pero a veces el caso está tan en el límite entre la ciencia y la superchería que resulta difícil reconocer de cual de ambas cosas se trata. La tirada de cuerito, el mal de ojo, la aparición nocturna del Cuco ante aquellos infantes que se nieguen a beber la sopa son tópicos de discusión usuales entre nuestros catedráticos. Pero como suele ocurrir habitualmente alguien, en este caso nuestro experto en Biología Abisal, presenta un tema que es desconocido para el resto del plantel y eso de por si merece el comienzo de una investigación multidiciplinaria y su publicación en el blog, cosa con la que cumpliremos en este acto. Vengan por aquí, hablaremos del Ingeniero argentino Juan Baigorri Velar y su máquina de hacer llover. Traigan impermeable y paraguas para el caso en el que funcione.
Consolidado el uso de la corriente eléctrica tanto para iluminación como para la fuerza motriz, el siguiente juguete de los científicos de la primera mitad del siglo XX eran las ondas electromagnéticas. Para un observador externo era una cosa sobrenatural. No se ven, no necesitan de cable ni siquiera de aire para propagarse, actúan a distancias enormes viajando a la velocidad de la luz. Hoy estamos acostumbrados a los celulares, los controles remotos, la radio y la televisión pero provocar esa acción a distancia, en aquella época, parecía cosa de magia.
Baigorri y su aparato |
General Mosconi |
En 1938 se presentó en las oficinas del Ferrocarril Central Argentino. Bueno, lo de Argentino es una forma de decir, dado que en esos tiempos el tendido ferroviario nacional estaba montado, administrado y explotado por ingleses. De hecho el gerente de la empresa, ante el cual Baigorri solicitó una entrevista, era un sujeto inglés de apellido MacRae. Baigorri fue al grano, le indicó a MacRae que él contaba con un dispositivo capaz de hacer llover. Probablemente el inglés pensó: Si este tipo está en lo cierto esto sería el logro más grande de la ciencia hasta el momento, y si se trata de un chiflado habremos invertido solamente el costo de un pasaje. Abordaron días mas tarde uno de los trenes Baigorri y su aparato en compañía de Hugo Miatello quien se desempeñaba como Jefe de Fomento Rural de la empresa y quien oficiaría de informante luego ante MacRae.
Astutamente MacRae le proveyó a Baigorri y su aparato pasajes hacia la localidad de Pinto en la provincia de Santiago del Estero donde, según los registros, no llovía desde 1935. El 22 de diciembre de 1938 el ingeniero conectó su aparato, direccionó las antenas, movió algunas de sus perillas y a decir de Miatello posteriormente, casi de manera instantánea el seco y sofocante viento del norte cambió por uno de dirección este. La máquina se mantuvo funcionando durante 55 horas (era un caso difícil, hacía 3 años que no llovía) al cabo de las cuales se desató una lluvia de 60 mm. Nada mal para una provincia que recibe unos 800 mm de promedio al cabo de todo un año completo. Al parecer, Miatello cursó la información mediante telegramas a su jefe porque al llegar el ingeniero Baigorri a la estación de Retiro, en Buenos Aires una multitud lo llevó en andas por las calles. A partir de ahí se lo conoció como el "Mago de Villa Luro" y comenzó a dar entrevistas para múltiples diarios y revistas tanto nacionales como extranjeras. Entre sus visitantes se encontró un ingeniero estadounidense quien ofreció comprarle la patente del invento a lo que Baigorri respondió que de ninguna manera exportaría su creación. Como argentino pretendía que su aparato beneficiara principalmente a su país.
Entre tanto homenaje y felicitación apareció una voz discordante. Se trataba de Alfredo Galmarini, Director de la Oficina Nacional Meteorológica. Galmarini no solo no dio crédito al procedimiento de Baigorri sino que sugirió que en lugar de haberlo presentado el 22 de diciembre debió haberlo pospuesto para el 28, como broma del Día de los Inocentes. Sostuvo que la lluvia había sido predicha en tiempo y forma por su dependencia aún antes de la llegada del Mago de Villa Luro a la provincia de Santiago del Estero. Por otra parte explicó que las condiciones meteorológicas que desencadenaron la lluvia eran consecuencia de procesos atmosféricos que habían dado comienzo a 1.500 kilómetros de allí de modo que si ese aparato de mínimo tamaño y poder fuera capaz de influir de tal modo en la meteorología, con uno más grande o una serie de ellos trabajando en conjunto debería ser posible provocar un nuevo Diluvio Universal.
Baigorri no se amilanó y se auto desafió a provocar una lluvia para el 2 de enero próximo. Un par de días después Galmarini recibió en su oficina un ahusado paquete con una tarjeta personal. Se trataba de un regalo de parte del ingeniero. La tarjeta decía: "Para que lo use el 2 de enero a la madrugada" y dentro del paquete había un previsible paraguas. Algunos vecinos se acercaron a la verja de la casa de Araujo 105 para preguntarle si no podía posponer su lluvia, dado que temían que les aguara el festejo del Año Nuevo. Otros simplemente se acercaron a vivarlo al son de: "Que llueva/que llueva/Baigorri está en la cueva/ Enciende el aparato/ y llueve a cada rato". El pronóstico meteorológico emitido el 1º de enero de 1939 anunciaba: Nubosidad variable con probabilidad de chaparrones y tormentas eléctricas aisladas. Los 3 millones de habitantes de la ciudad, para ese entonces, se la pasaron todo el día de Año Nuevo mirando el cielo a la espera de las señales del trabajo del ingeniero. Cuando comenzó a oscurecer aparecieron unas nubes en el cielo, que a medianoche ya eran un manto que impedía ver las estrellas. A eso de las 2 de la mañana comenzó tímidamente a llover, con esos gotones típicos de las lluvias de verano. Para las 5 de la mañana un temporal de viento y lluvia castigó severamente a la ciudad. Galmarini se negó a hacer ningún tipo de declaración a la prensa.
Un mes después es convocado de urgencia a la localidad bonaerense de Carhué, a unos 530 kilómetros al sudeste de Buenos Aires. El lago Epecuén, su espejo de agua, se encuentra virtualmente seco. Los días 7 y 8 de febrero de ese año, aparentemente a instancias de Baigorri, llueve de tal modo que el citado lago desborda. Inexplicablemente Baigorri parece olvidarse de su invento y vuelve a la actividad geofísica para la que había sido contratado por YPF. Recién tenemos noticias públicas de él 12 años más tarde, en ocasión de una gran sequía en la provincia de Córdoba. Raúl Mendé ministro de Asuntos Técnicos de Perón recuerda las lluvias aparentemente provocadas por don Baigorri y lo manda a llamar. Como consecuencia de su aparente labor el embalse del Dique San Roque, a causa de las lluvias, llegó a una altura de 35 metros siendo que su profundidad media es de 16. Otros éxitos se sucedieron en San Juan y La Pampa.
Baigorri y su aparato cerca de 1970 |
Multitud frente a su casa |
La muerte sorprende a Juan Baigorri Velar a los 81 años el 24 de marzo de 1972. Nunca se encontró ni la máquina, ni anotaciones, ni planos. Es más, la casa de Araujo 105 ha sido demolida hace unos meses por lo que ya no queda ninguna esperanza no solo de reproducir los experimentos sino tan siquiera de conocer si realmente funcionaba.
Mientras tanto solo nos va quedando el rústico recurso de calzarnos nuestros taparrabos de plumas y ponernos a bailar al rededor de un tronco de modo de convocar a los espíritus de la lluvia a que vengan a darnos una mano cuando lo necesitamos.
Que anden bien.
Baigorri Velar!! >Casi me habia olvidado de su existencia... Muy buen historia!
ResponderEliminarAquí el staff completo de Bombilla Tapada ha salido a su rescate.
ResponderEliminarGracias por leer y comentar!!