martes, 20 de noviembre de 2012

Mutuamente


            El agente Saborido llegó a la esquina de Sandunga y Bandanderio. Casi tenía todos los elementos para comprobar su teoría pero necesitaba pescar a su presa in fraganti. Se acomodó en el zaguán de un edificio a unos 5 metros de la esquina y se dispuso a esperar. Era fundamental que no fuera descubierto.

            A media cuadra de allí el oficial Gauna se detuvo en seco viendo que Saborido se escondía. Era una señal. Gauna sospechaba que Saborido era el colaborador de una red ilegal de prostitución que le anticipaba los movimientos de la justicia a sus cabecillas impidiendo que pudieran atraparlos. Se quedó a mitad de cuadra, compró una gaseosa en un kiosco y se sentó en el banco de la puerta haciéndose pasar por un transeúnte más. Desde allí podía controlar los movimientos de Saborido.

            El Subcomisario Fernández detuvo sus pasos al ver a Gauna sentarse en el banco frente al kiosco. Lo venía siguiendo con sigilo desde que comenzó a sospechar que formaba parte del grupo que extorsionaba a comerciantes chinos. Seguramente no estaba ahí de forma azarosa. Debía estar esperando a algún secuaz. Se acomodó, como si leyera el diario en el poste de la esquina de Sandunga y Brizuela. Tenía que esperar.

            Al inspector Soto no le pareció natural que el Subcomisario Fernández se pusiera a leer el diario en un lugar tan incómodo. Seguramente tenía algo entre manos. Soto tenía la certeza de que Fernández formaba parte de la cadena de desarmaderos clandestinos que él investigaba. Seguramente habría alguno de estos cerca de esa esquina. A mitad de cuadra, por Brizuela, un hospitalario ligustro le permitió observar los movimientos del Subcomisario sin despertar sospechas.

            Cuando llegó a la esquina de Brizuela y Guzmán y divisó al inspector Soto acuclillado detrás de un ligustro, el teniente Macías esbozó una sonrisa. Hacía semanas que le rondaba la idea de que Soto manejaba parte del negocio de apuestas ilegales que la división Delitos Económicos investigaba. El hecho de encontrarlo escondido tras una planta, en medio de la vereda, casi se lo confirmaba. Macías sacó su celular y fingió hablar con alguien en esa esquina mientras vigilaba con sigilo.

            Definitivamente el teniente Macías era un excelente profesional pero un pésimo actor. Desde mitad de cuadra, por Guzmán, el capitán Schults notó que Macías fingía hablar. Las razones de porque lo haría eran claras. Seguramente esperaba a alguien relacionado con la venta de entradas falsificadas para partidos de fútbol que Schults tenía como caso principal a resolver. Detrás de un palo borracho, Schults comenzó a otear la esquina controlando cualquier movimiento sospechoso de Macías.

            Encontrar al capitán Schultz escondido tras un árbol fue una alegría enorme para el comisario Galetti al llegar a la esquina de Bandanderio y Guzmán. Todos los indicios apuntaban a que Schultz era el nexo entre los impresores y los distribuidores de billetes falsos que Defraudaciones y Estafas investigaba hacía meses. No podía perderse la oportunidad de atraparlo con las manos en la masa. Se puso unos lentes oscuros a fin de ocultar su identidad y poder vigilarlo sin ser visto.

            Virtualmente nada podía engañar al experimentado prefecto Hoffman y menos aún un par de baratas gafas de sol. Por mucho que se empeñaba en no ser reconocido, Hoffman descubrió fácilmente a Galetti detrás de los lentes oscuros. Galetti era la pieza que al prefecto le faltaba para cerrar el caso de la estafa con tarjetas de crédito a través de Internet que la división Delitos Informáticos le había encargado dilucidar. Hoffman eligió la vidriera de la Ferretería Bandanderio para hacerse el interesado en sus productos y poder vigilar a Galettti sin ser visto.

            De repente Saborido se acercó a la esquina de Sandunga y Bandanderio nuevamente y dio un respingo. Allí a mitad de cuadra, frente a la vidriera de la ferretería se paseaba con cierto disimulo el prefecto Hoffman, ultima fracción de la banda de traficantes de fauna que a Saborido le faltaba para cerrar el caso que le habían asignado. Dedujo que Hoffman estaría a la espera de algún otro cómplice y decidió esperar a ver que sucedía.

            Al ver que el agente Saborido avanzaba hacia la esquina, el oficial Gauna se movió unos metros. Al notar que Gauna se movía el subcomisario Fernández avanzó un poco. Al descubrir que Fernández avanzaba el inspector Soto dio unos pasos. Al percibir que Soto daba unos pasos el teniente Macías se movió. Al observar que Macías se movía el capitán Schultz se adelantó. Al descubrir que Schultz se adelantaba el comisario Galetti se desplazó unos metros. Al advertir que Galetti se desplazaba unos metros el prefecto Hoffman se trasladó un poco. Al enterarse que Hoffman se trasladaba un poco Saborido se puso alerta.

            Pasaron unos instantes de tensa calma. Todos vigilando a sus presas. Todos alerta a los movimientos de sus perseguidos. Todos quietos. Los sonidos de la calle les eran ajenos. Llegó el mediodía, pasó la tarde. El sol comenzó a esconderse. Cayó la noche. Dicen que aún los ocho continúan vigilándose mutuamente.
           


            

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