El
agente Saborido llegó a la esquina de Sandunga y Bandanderio. Casi tenía todos
los elementos para comprobar su teoría pero necesitaba pescar a su presa in
fraganti. Se acomodó en el zaguán de un edificio a unos 5 metros de la esquina
y se dispuso a esperar. Era fundamental que no fuera descubierto.
A
media cuadra de allí el oficial Gauna se detuvo en seco viendo que Saborido se
escondía. Era una señal. Gauna sospechaba que Saborido era el colaborador de
una red ilegal de prostitución que le anticipaba los movimientos de la justicia
a sus cabecillas impidiendo que pudieran atraparlos. Se quedó a mitad de
cuadra, compró una gaseosa en un kiosco y se sentó en el banco de la puerta
haciéndose pasar por un transeúnte más. Desde allí podía controlar los movimientos
de Saborido.
El
Subcomisario Fernández detuvo sus pasos al ver a Gauna sentarse en el banco
frente al kiosco. Lo venía siguiendo con sigilo desde que comenzó a sospechar
que formaba parte del grupo que extorsionaba a comerciantes chinos. Seguramente
no estaba ahí de forma azarosa. Debía estar esperando a algún secuaz. Se
acomodó, como si leyera el diario en el poste de la esquina de Sandunga y
Brizuela. Tenía que esperar.
Al
inspector Soto no le pareció natural que el Subcomisario Fernández se pusiera a
leer el diario en un lugar tan incómodo. Seguramente tenía algo entre manos.
Soto tenía la certeza de que Fernández formaba parte de la cadena de
desarmaderos clandestinos que él investigaba. Seguramente habría alguno de
estos cerca de esa esquina. A mitad de cuadra, por Brizuela, un hospitalario
ligustro le permitió observar los movimientos del Subcomisario sin despertar
sospechas.
Cuando
llegó a la esquina de Brizuela y Guzmán y divisó al inspector Soto acuclillado
detrás de un ligustro, el teniente Macías esbozó una sonrisa. Hacía semanas que
le rondaba la idea de que Soto manejaba parte del negocio de apuestas ilegales
que la división Delitos Económicos investigaba. El hecho de encontrarlo
escondido tras una planta, en medio de la vereda, casi se lo confirmaba. Macías
sacó su celular y fingió hablar con alguien en esa esquina mientras vigilaba
con sigilo.
Definitivamente
el teniente Macías era un excelente profesional pero un pésimo actor. Desde
mitad de cuadra, por Guzmán, el capitán Schults notó que Macías fingía hablar.
Las razones de porque lo haría eran claras. Seguramente esperaba a alguien
relacionado con la venta de entradas falsificadas para partidos de fútbol que
Schults tenía como caso principal a resolver. Detrás de un palo borracho,
Schults comenzó a otear la esquina controlando cualquier movimiento sospechoso
de Macías.
Encontrar
al capitán Schultz escondido tras un árbol fue una alegría enorme para el
comisario Galetti al llegar a la esquina de Bandanderio y Guzmán. Todos los indicios
apuntaban a que Schultz era el nexo entre los impresores y los distribuidores
de billetes falsos que Defraudaciones y Estafas investigaba hacía meses. No
podía perderse la oportunidad de atraparlo con las manos en la masa. Se puso
unos lentes oscuros a fin de ocultar su identidad y poder vigilarlo sin ser
visto.
Virtualmente
nada podía engañar al experimentado prefecto Hoffman y menos aún un par de
baratas gafas de sol. Por mucho que se empeñaba en no ser reconocido, Hoffman
descubrió fácilmente a Galetti detrás de los lentes oscuros. Galetti era la
pieza que al prefecto le faltaba para cerrar el caso de la estafa con tarjetas
de crédito a través de Internet que la división Delitos Informáticos le había
encargado dilucidar. Hoffman eligió la vidriera de la Ferretería Bandanderio
para hacerse el interesado en sus productos y poder vigilar a Galettti sin ser
visto.
De
repente Saborido se acercó a la esquina de Sandunga y Bandanderio nuevamente y
dio un respingo. Allí a mitad de cuadra, frente a la vidriera de la ferretería
se paseaba con cierto disimulo el prefecto Hoffman, ultima fracción de la banda
de traficantes de fauna que a Saborido le faltaba para cerrar el caso que le
habían asignado. Dedujo que Hoffman estaría a la espera de algún otro cómplice
y decidió esperar a ver que sucedía.
Al
ver que el agente Saborido avanzaba hacia la esquina, el oficial Gauna se movió
unos metros. Al notar que Gauna se movía el subcomisario Fernández avanzó un
poco. Al descubrir que Fernández avanzaba el inspector Soto dio unos pasos. Al
percibir que Soto daba unos pasos el teniente Macías se movió. Al observar que
Macías se movía el capitán Schultz se adelantó. Al descubrir que Schultz se
adelantaba el comisario Galetti se desplazó unos metros. Al advertir que
Galetti se desplazaba unos metros el prefecto Hoffman se trasladó un poco. Al
enterarse que Hoffman se trasladaba un poco Saborido se puso alerta.
Pasaron
unos instantes de tensa calma. Todos vigilando a sus presas. Todos alerta a los
movimientos de sus perseguidos. Todos quietos. Los sonidos de la calle les eran
ajenos. Llegó el mediodía, pasó la tarde. El sol comenzó a esconderse. Cayó la
noche. Dicen que aún los ocho continúan vigilándose mutuamente.
Bandanderio, esa calle la conozco.
ResponderEliminarLa tomé prestada
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