Esta
vez la historia tiene varios protagonistas. Uno excluyente y por ahí aparezco
yo, como actor de reparto. Comienza en Austria y termina en Monte Grande.
Acompáñenme por acá.
A
principios del siglo XX los físicos empezaron a experimentar con los núcleos de
los átomos. Su mayor divertimento consistía en bombardear con neutrones
(recientemente descubiertos) núcleos de átomos pesados a ver que pasaba. Enrico
Fermi, un físico italiano mudado a los Estados Unidos, pasó bastante tiempo
entretenido con eso, fastidiando a más de 60 elementos distintos y tomando nota
de que era lo que ocurría. Las cosas se pusieron realmente interesantes cuando
su objeto de estudio comenzó a ser el Uranio.
El
Uranio es un elemento cuyo núcleo tiene 92 protones (si no te acordás que son,
no importa, no es crucial para seguir con la historia) y más de 140 neutrones
(la misma advertencia que en el caso de los protones). La cosa es que con
semejante cantidad de partículas, una pequeña perturbación entre ellas, arma un
lindo despelote. Es como cuando hay una reunión familiar y alguien empieza a
hablar de política o religión. Si son 4, las cosas pueden arreglarse, ahora si
son más de 20 el bolonqui está asegurado. Y eso es lo que pasa cuando se
disparan neutrones sobre átomos de uranio. El núcleo no lo tolera y se rompe.
Por cada átomo de Uranio se producen 2 átomos de Bario. Hasta acá nada
demasiado destacable. Lo divertido, útil o catastrófico del asunto, según para
que se use, es que de esa rotura (fisión nuclear) “sobra” energía. Y mucha.
Muchísima.
Con
los procedimientos adecuados, puede aprovecharse esa energía para producir
corriente eléctrica relativamente barata y relativamente limpia. Con otros
procedimientos esa liberación de energía puede descontrolarse de manera deliberada
y provocar una explosión de características gigantescas.
Además
de los problemas de seguridad (el manejo del Uranio y sus residuos es muy
delicado. Recuerden Chernobyl y Fukushima) existe otra dificultad que es que el
Uranio es escaso y necesita tediosos y carísimos procedimientos para
purificarlo lo suficiente como para que sea útil.
Por
lo tanto, un camino posible para obtener la misma energía pero mucho más barato
sería lograr el camino inverso. Construir átomos más pesados partiendo desde
átomos más livianos. El físico Alemán Hans Bethe descubrió que esto ocurre en
las estrellas. Allí los núcleos de Hidrógeno se fusionan para dar núcleos de
Helio liberando gran cantidad de energía a cambio. Un pequeño inconveniente es
que las temperaturas y presiones necesarias para que esto ocurra son
difícilmente alcanzables aquí en la Tierra.
Como
en los paquetes de galletitas surtidas, las que primero se van son las rellenas
y los cascotes quedan para lo último. Medraba por ahí un físico llamado Ronald
Richter que había tenido cierto conocimiento con Kurt Tank por tener ambos
amigos comunes. Decir la nacionalidad de Richter es medio complicado. Cuando
nació, la localidad de Faklenau an der Eger pertenecía al imperio
Austrohúngaro. Luego cayó bajo el dominio Alemán y hoy en día forma parte de la República Checa. La cuestión es que, enterado de que Tank trabajaba aquí, Richter le escribió una carta pidiéndole que intercediera ante el gobierno argentino para ver si tenía la oportunidad de llevar adelante investigaciones en energía nuclear aquí. Perón no lo pensó dos veces, si era científico, alemán y amigo de Kurt Tank tenía las puertas abiertas.
Ronald
Richter le propuso a Perón desarrollar el camino inverso al que estaban
llevando adelante los norteamericanos y rusos, la fusión nuclear en lugar de la
fisión. Este camino tenía múltiples inconvenientes pero si salía bien la
materia prima era virtualmente inagotable y los costos de producción
enormemente económicos, en contra de la imposibilidad técnica que existía (y
existe actualmente) Richter decía tener un “secreto” que allanaría el camino.
Primero
se instaló con su laboratorio en un galpón cercano al de Tank en Córdoba. Luego
denunció un supuesto sabotaje y pidió por un lugar más seguro. Entre otras
opciones se le ofreció la Isla Huemul ,
cercana a Bariloche y aceptó.
Richter
no permitía la presencia cercana de otros científicos o estudiosos alrededor de
sus investigaciones por miedo a que le robaran su “secreto”. Por lo tanto, para
llevar adelante sus experimentos contaba con la asistencia de un albañil. Tenía
crédito abierto por parte del gobierno en la firma holandesa Phillips y a ellos
les encargó espectrógrafos, ractancias gigantescas y transformadores, que luego
conectaba y manejaba el albañil en cuestión. Hizo construir paredes de concreto
que luego mandó a demoler. Mandó a cavar los cimientos de lo que sería
hipotéticamente el reactor nuclear y luego ordenó tapar el pozo con cemento.
Finalmente, ocurrió lo que el General Perón esperaba…
El
sábado 24 de marzo de 1951 Perón citó a los medios de comunicación a
conferencia de prensa en la Casa
de Gobierno y anunció lo siguiente: “El 16 de febrero de 1951 en la Planta Piloto de Energía
Atómica de la Isla Huemul ,
de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo
condiciones de control a escala técnica”
La
prensa mundial se volvió loca. Los países vecinos alzaron la guardia. Los
científicos del mundo miraron de costado con cierto escepticismo. Los diarios
nacionales titulaban: ¡Tenemos la Atómica ! Pero conforme pasaba el tiempo, Perón comenzó a exigir alguna prueba más tangible para exhibir, por ejemplo algún isótopo radiactivo, espectros de emisión de rayos o algo más para callar a la prensa extranjera que a esta altura comenzaba a mofarse del anuncio. Pero, nada. Excusas, promesas, pero resultados, lo que se dice resultados, nada.
En
septiembre de 1952 la paciencia del General Perón se agotó del todo. Echando
mano de los pocos científicos en los que podía confiar, creó una comisión
fiscalizadora integrada entre otros por el físico José Antonio Balseiro (¿Les
suena? Si no les suena les comento que el actual Centro Atómico Bariloche,
formador de Ingenieros y Físicos nucleares y reconocido por todo el mundo lleva
por nombre Instituto Balseiro). Las conclusiones de la Comisión fueron lapidarias. En particular el informe del Doctor Balseiro. No existía ninguna posibilidad de que allí se hubiera producido reacción termonuclear alguna. Si lo quieren leer completo está acá: http://www2.ib.edu.ar/informes-huemul/informes-huemul-principal.html
A
todo esto, Richter ya era ciudadano argentino, ostentaba en su pecho la Medalla Peronista
y llevaba gastados a la fecha del informe unos 300 millones de dólares de hoy,
una bicoca si hubiera tenido éxito. De todos modos, este ominoso y vergonzoso
fracaso impulsó la verdadera investigación en física nuclear y abrió la puerta
para que la situación se revirtiera, utilizando los aparatos comprados y el
crédito abierto en la
Phillips para comenzar a desarrollar lo que es hoy la CNEA. Argentina cuenta hoy con
2 centrales nucleares funcionando, otra por terminarse y le ha vendido
reactores fabricados aquí a Turquía y Australia, por ejemplo.
La
historia le pierde el rastro a Richter, puede suponerse que la mejor oferta que
pudiera hacérsele en lugar de encarcelarlo o romperle la cabeza a patadas, era
olvidarlo y en efecto eso pasó. Nunca más se habló de él.
Ahora entro yo en la historia. Allá por el año 1990, cursando en la Facultad de Ciencias
Exactas, tuve la oportunidad de realizar un curso en la Comisión Nacional
de Energía Atómica. Estuve en el Centro Atómico Constituyentes, en Ezeiza, en la Central de Atucha I y en el
mismo edificio de la CNEA
en la Avenida
del Libertador compartiendo muchas horas con varios ingenieros y físicos
nucleares. Allí me enteré de esta apasionante historia y junto con un amigo de
esa época (Carlos Calviño) se nos dio por investigar un poco más. Supimos entonces que existía
un libro llamado “El Secreto Atómico de Huemul” escrito por el ingeniero Mario
Mariscotti, quien había trabajado algunos años en la CNEA y que para ese entonces
se dedicaba a la actividad privada. Averiguamos donde tenía su empresa y allí
fuimos. Charlamos con él un par de horas y nos animamos a preguntarle si sabía
algo del presente de Ronald Richter. Nos dijo que si, pero que le había costado
muchísimo encontrarlo para conseguir su testimonio para el libro y no iba a
revelar su paradero actual así como así. Sólo accedió a comentarnos que Richter
aún vivía y que tenía una casita en Monte Grande.
A
bordo de una Estanciera bastante desvencijada partimos un mediodía de calor
sofocante rumbo a Monte Grande sin más datos que estos. Tomamos hacia la zona
de quintas en lugar de hacerlo hacia el área más céntrica sin saber bien
porqué. Doblamos por una calle cualquiera sin tener tampoco un buen motivo. En
un jardín, un señor en pantalón de baño y ojotas regaba el pasto. A falta de
nada mejor le preguntamos:
-
Señor. ¿No conoce por acá a un alemán llamado Richter?
- ¿Richter? – nos pregunto a modo de confirmación
mientras extendía el brazo con el dedo índice extendido – Ahí en frente…
Batimos palmas
en una casa con un gran jardín al frente y desde el fondo surgió un anciano de
escasos cabellos blancos e inconfundible acento teutón. Al oír, entre nuestras
explicaciones de tan extraña visita la palabra Huemul, se vino hacia la reja de
la casa todo lo rápido que le permitían sus 81 años.
Hablando algo
en castellano y algo en inglés nos contó muchísimas historias sobre supuestos
espionajes, sabotajes y aventuras durante el desarrollo del proyecto Huemul. Le
nombré al Doctor Balseiro y su informe y me respondió que el informe era
correcto, pero que no habían tomado en cuenta que él aún conservaba su “secreto”
Ronald Richter
se llevó su “secreto” si es que realmente lo tuvo (y de seguro no lo tenía)
literalmente a la tumba el 29 de diciembre de 1991. A mi modesto
entender, o bien era un tipo con conocimientos académicos deficientes al que la
tarea encomendada le quedó grande y no pudo o no supo como dar marcha atrás sea
por orgullo o por vergüenza, o bien era un chiflado sin remedio.
No estaría mal
tener como norma, desconfiar de los científicos alemanes nacidos en Faklenau an
der Eger y que vengan a ofrecer sus servicios a cambio de que los saquen de
Alemania.
Que anden
bien, vayan por la sombra.
Yo tengo el secreto.
ResponderEliminarSi fuera cierto, nos llenamos de guita!!!!!
ResponderEliminarHasta ahora, 60 años después, nadie ha logrado hacer nada parecido a lo que Richter decía poder hacer. Si se logró fusionar átomos de Hidrógeno pero con unos complicadísimos dispositivos de láseres sincronizados y plasmas de hidrógeno flotante que en definitiva son más costosos que el beneficio que otorgan.
De verdad, si fuera posible hacer lo que Richter decía poder hacer, la energía valdría centavos y quien tuviera la patente de explotación del sistema se convertiría en el ser mas rico de la Tierra, sin dudas
Dos preguntas: vos que sos físico, según tu opinión: es técnicamente posible la fusión atómica controlada en el planeta Tierra, invirtiendo menos energía que la generada? Se podría buscar el secreto? el tema limitante parece ser atrapar los e con un campo magnético fueret, pero como todas las cosas, por ahí existe un atajo(cuántico? en la naturaleza.
ResponderEliminarNicola Tesla tambièn logrò cosas que tradicionalmente se dicen imposibles, pero se llevò el secreto a la tumba. Fuè desacreditado por cientìficos "serios" (clàsicos obtusos), pero lo cierto es que su documentaciòn sigue siendo "top secret" en USA.
ResponderEliminar