Hoy
es víspera del día de la madre y anduvo uno haciendo compras. Personalmente me fastidia mucho el
amontonamiento de gente, pero bien visto, es una saludable manifestación de
presencia de dinero en los bolsillos. Casas de ropa, zapaterías, joyerías y perfumerías
rebosantes de gente para beneplácito de los comerciantes y disgusto mío. Pero
ese no es el punto. De algún modo esta situación, mientras esperaba en la cola
para pagar uno de los regalos inspiró el pensamiento que se desarrolla a
continuación y que titula este post.
Sincerémonos.
A excepción de un pequeño grupo de relaciones (hijos, esposa, padres, amigos
muy queridos) la obligación de la compra de un regalo es más un problema que
una satisfacción. Uno convive con cierto número de personas a las que les
conoce las necesidades y gustos. Con ellos es no sólo fácil, sino estimulante
proceder a la compra de un regalo. ¿Cuál es personaje favorito de tu hijo?
¿Cuál es el escritor preferido de tu esposa? Pero frente a la inminencia del
cumpleaños de Tía Porota surge la duda: -“¿Y ahora que le compro? ¿Qué
necesita? ¿Qué le gusta?”.
Con
independencia del costo del regalo en cuestión, hay más en juego. Hay que
pensar en la persona obsequiada. Aunque uno huya por una solución relativamente
sencilla, digamos una bombacha para tía Porota, hay que pensar en el modelo (¿Usará
la tía de Lycra o de algodón? ¿Se pondrá todavía tanga o hay que apelar al
querido y afrancesado Culotte?). Y más aún ¿Cuál es el talle de la tia Porota?
¿Cuántas X van antes de la L ?
¿Si le compro una con X de más se ofenderá?
Si
el obsequiado fuera más joven podríamos apostar por un disco o un libro. ¿Qué
artista le gusta? ¿Lo tendrá y habrá que cambiarlo? ¿Y si me equivoco de gusto?
Y conste que en ninguno de estos casos hice cuestión alguna acerca del costo
económico del presente. Nadie puede cuestionar un regalo por el costo material.
Uno regala lo que puede, lo que quiere o lo que le alcanza según su propio
bolsillo. La cuestión es el tiempo que se toma uno para pensar en el otro.
Vaya
como ejemplo el siguiente caso. Uno sabe que un conocido es hincha de
Defensores de Coso y va y le compra un llavero con el escudo del club de sus
amores. Difícilmente pueda imaginar una compra más barata, pero el detalle
manifiesta que uno ha pensado en el obsequiado de manera personalizada. No
importan los 5 pesos del llavero. Lo que importa es el tiempo que se ha tomado
para pensar en él.
Por
eso es tiempo de aclarar el título de este post. Quizá mereciera un estudio más
profundo. Quizá una tesis doctoral en el área de Marketing o Sociología. De
cualquier modo, me animo a formularla basado en experiencias personales y
ajenas. Digámoslo de una vez y sin tapujos. Se ofenda quien se ofenda y cueste
lo que cueste. El peor regalo del mundo es: Un par de medias.
Los
colores poco importan. Las medias virtualmente no se ven mientras uno las usa.
Y en general como van del negro arratonado al azul Grafa pasando por un
tristísimo granate borravino la decisión recae sobre el siempre útil blanco. El material de que están confeccionadas
tampoco. Sudoríferas de Nylon o absorbentes de algodón y nada más. Y lo que es
peor aún: las medias no tienen talle. Ni siquiera hubo que pensar en el tamaño
de las patas del homenajeado. Cualquiera, unas que estaban ahí, rapidito del
estante a un sobre de papel con moño de cinta.
La
última y más desconsoladora reflexión que surge como consecuencia de este
humilde artículo y a la que me animo (en un gesto cívico que me enorgullece) es
la siguiente:
No sólo que las medias son el peor regalo
del mundo sino que quien te las regala no te quiere.
Buenas tardes.
ja ,ja .Es cierto junto con los "monederitos" orcobobosos de plástico son el peor regalo.Nole robes temas giles a la neurocicleta.
ResponderEliminarYo hoy me puse las medias blancas porque mamámelabolas negras
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