domingo, 30 de junio de 2013

El levante callejero, Lanata y Dante. Todo por el mismo precio

     
Hace bastante tiempo, cuando a alguno de nosotros (me refiero a mis amigotes de siempre) su padre le permitía utilizar el automóvil familiar, además de dar vueltas sin ningún sentido, desarrollábamos una especie de deporte urbano. Yendo a velocidad lenta por alguna avenida algo transitada y en vista de alguna muchacha de nuestra edad caminando en solitario, alguno de nosotros era conminado a bajar e intentar entablar conversación con ella. La idea era, como máximo obtener el número de teléfono para generar una posterior cita. Debo decirles, que a excepción de una única vez (memorable), el resto de los intentos estuvieron coronados por rotundos fracasos. Las posibles causas analizadas una vez culminadas las faenas fallidas se enmarcaban en nuestra impericia, falta de lenguaje atractivo y sobre todo la ausencia de belleza física con que, mayormente, la naturaleza nos hubo de castigar. 

     
Sin embargo, este inocente juego galante nos llevaba en ese entonces, (jóvenes de escasos 18 años) a la siguiente conclusión: En caso de tener el supremo éxito de lograr que la damisela abordada nos proveyera de sus señas particulares y de ese modo tuviésemos la remota posibilidad de comenzar algún tipo de relación  afectiva, jamas deberíamos llevarlo al extremo del noviazgo o cosa similar. Las razones expuestas eran de una lógica rotunda. Si la señorita en cuestión cedió a nuestro galanteo callejero, nada impedía que una vez convertida en nuestra novia, ocurriera una situación similar con otro pirata callejero al abordaje y comenzáramos a lucir una vistosa cornamenta. En resumidas cuentas, si había sucedido una vez, no confiábamos en que no volviera a producirse.

      Algunos años después, pero no muchos, sosegado ya de ardientes deseos de conquistas callejeras, entendimos que las señoritas que valían la pena, también venían asociadas a dificultosas y pacientes mecanismos de acercamiento y conquista. Esto no elimina en un 100% la probabilidad de que alguien se termine comiendo nuestro alfajor a escondidas, pero en principio la pone más lejos que con el método anteriormente descripto.

     
Allá por 1987, con fogosos 21 años, democracia recién nacida y tanteos a ciegas en muchos ámbitos de la vida a la vez, quedé deslumbrado por un joven que sólo me llevaba 6 años de ventaja pero que ya había alcanzado una altura profesional que yo ni siquiera había imaginado para mi. En plena efervescencia política, rodeado de diarios que titulaban sus notas con modos verbales que nadie ya utilizaba (del estilo "Firmose acuerdo para la ...), programas televisivos que sostenían los mismos formatos que en los años 70, brillaba un diario nuevo al que inmediatamente adherí. Página 12 dirigido por Jorge Lanata. Sencillamente me encantaba. Conservo todavía, casi completa, la colección de libros (libritos en verdad) que sábado tras sábado acompañaba al diario. Allí me encontré con escritores clásicos de los que había escuchado hablar pero nunca había leído. Sus tapas, las del diario, eran incisivas, graciosas, desacartonadas. En su interior se podía encontrar la pluma de Tomás Eloy Martinez, de Osvaldo Soriano, de Juan Gelman, de Galeano, de Bayer. Sus investigaciones no dejaban títere con cabeza. Es más, todos mis amigos a los que les interesaba algo más lejano que el fútbol o las minas, leíamos Página. 

     
Y llegaron revistas, como XXI, algunos años más tarde, y allí aparecían los artículos de Adrián Paenza, quien había sido profesor mio de álgebra en Exactas unos años antes. Mientras tanto Página deschavaba los negociados del gobierno menemista de los 90. En medio de ese derroche de talento e investigación periodística, los diarios del establishment (Clarín y La Nación) se callaban la boca hasta que el peso de las evidencias era tal que no podían seguir ignorando lo que estaba en boca de todos. Recién allí publicaban una versión edulcorada de lo descubierto por Página 12. No era para menos; Clarín se había convertido en propietario de Canal 13 y La Nación compartía junto con Editorial Atlántida (Gente, Billiken, El Gráfico, etc) la propiedad de Canal 11, lo que hoy se llama Telefé bajo la gestión del gobierno objeto de investigación de Página. 

     
Para este entonces Lanata era una estrella. Escribía libros, tenía un diario, revistas y un programa de televisión. Casualmente en uno de sus libros, llamado Argentinos, Lanata recuerda un temita pequeño, del que en ese entonces no se hablaba. Transcribo textualmente sus propias palabras: "Recuérdese que la dictadura obligó a los herederos de David Graiver a desprenderse a precio vil de sus acciones en Papel Prensa, adquiridas entonces por Clarín, La Nación y La Razón". Lanata lo sabía y lo sabe, nos lo hacía recordar en una época en que todavía nadie, por lo menos públicamente hacía mención a la obtención por métodos poco claros de Papel Prensa por parte de ambos diarios. Sólo Crónica y Ámbito Financiero se quejaban de que la cuota de papel y los precios diferenciados del producto favorecían de modo desleal a los medios dueños de la fábrica de papel para diarios

      Si alguien quiere leer lo que Jorge decía por ese entonces, les brindo el link a su libro Argentinos Tomo 2: http://es.scribd.com/doc/22420/Jorge-Lanata-Argentinos-Tomo-2

     
En la edición del 23 de noviembre de 1996 de la revista Noticias un lampiño y ostensiblemente más delgado Lanata, manifestaba que nunca trabajaría en el diario Clarín. Hoy, esta noche mismo (escribo esto un domingo), podremos verlo como el periodista estrella del canal de TV de ese multimedio. Y no sólo eso. Todos los domingos en el día de mayor tirada del diario, quienes compran y leen Clarín, pueden leer sus columnas. 

        



      Jorge Lanata, frente a Ernesto Tenembaum en una entrevista, decía que en el tema de la ley de medios y servicios audiovisuales se ponía del lado del más débil (como cuando uno mira Tom y Jerry y quiere que gane el ratón) que a su modo de ver era Clarín. Mirá, son 2 minutos y algo, el video de lo que pensaba y decía el mismo Jorge Lanata cuando se debatía la ley en cuestión:https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=rrbnZ9aQkHU  


       Es obvio que ya no me cuenta entre sus oyentes, o lectores o televidentes. Si ahora defiende a Clarín frente a la ley de medios, quiere decir que me mintió antes. Si por dinero está diciendo lo contrario a lo que pensaba genuinamente, quiere decir que me miente ahora. Como nos pasaba con aquellas chicas que respondían a nuestras inquietudes callejeras, nunca más podremos estar seguros.

     
Uno de los libros más famosos de toda la literatura universal es la Divina Comedia. En él, Dante Alighieri nos invita a visitar el cielo, el purgatorio y finalmente el infierno. En este último distrito, los pecadores se acomodan de acuerdo con la gravedad de las transgresiones cometidas. En el punto central de esos círculos concéntricos se encuentra el despacho del mismísimo Lucifer y se presume que, a mayor gravedad del pecado, mayor cercanía a las oficinas gerenciales. Por fuera, apenas tibios, se encuentran los lujuriosos y los glotones (lo que me deja medianamente tranquilo, por ahora). Los avaros, los airados y los perezosos van un poco más adentro. Ya en zona de asado, van acomodándose los herejes y los asesinos. En el centro mismo del asunto se acomodan los traidores. El que peor la pasa es, entonces, el máximo traidor de la historia. El mismo Diablo le araña constantemente la espalda y lo muerde. Se trata de Judas, quien traicionó a Jesús según la Biblia. Según Dante, no hay peor pecado que la traición

      Este último párrafo no tiene nada que ver con el resto de la nota (quizá)

Que anden bien.










       





domingo, 9 de junio de 2013

Ni la de Medios, ni la Fertilización Asistida. Hoy le toca al 80/20

- Aquí le dejo, Wilfredo, los contratos que tiene que revisar hoy - el gerente dejó sobre el escritorio cuatro o cinco carpetas celestes de cartulina. Abrió muy grandes los ojos recorriendo con la vista la superficie del escritorio de su subordinado. - ¿Pero que es todo este quilombo de papeles, señor Pareto? ¿Por qué no hace un poco de orden? ¡Caramba!
- Vea señor gerente - explico Wilfredo - no tiene sentido mantener un orden perfecto si la mayoría del trabajo que tengo que desarrollar durante el día lo hago, casi en su totalidad, con los papeles que tengo en este momento sobre mi escritorio. Si los guardara y volviera a buscar a cada momento perdería mucho tiempo laboral. El aparente desorden que usted manifiesta, señor gerente - continuó con su explicación Wilfredo sin levantarse de su silla - es optimizar el tiempo productivo. Es la ley del 80/20, señor.

El gerente dio un par de pasos hacia la puerta de la oficina de Wilfredo Pareto. Antes de salir se detuvo sosteniendo su mano en el picaporte y dijo - Me importa un carajo. Acomode este despelote.

   
 De tan riguroso cumplimiento como la ley de oferta y demanda o la de Gravitación Universal, el mundo parece responder a una extraña ley empírica llamada "Ley del 80/20" o Principio de Pareto. Ocurre que al ser de carácter empírico (o sea, no proviene de una deducción de consecuencias a partir de causas sino de la observación de la realidad) el principio de Pareto no tiene un enunciado exacto ni único. De la ley de Gravitación Universal podemos decir que dos cuerpos se atraen en relación directa de sus masas e inversamente al cuadrado de las distancias que los separan y con eso basta. Con la ley del 80/20 las cosas se complican dado que puede aplicarse a una infinidad tal de aspectos de la vida que no hay un único enunciado que la represente cabalmente. A grosso modo, podría decirse que "el 80% de las consecuencias tiene que ver sólo con el 20% de las causas".  Sospecho que a esta altura no deben haber entendido nada. Vamos a ver si con ejemplos le encontramos la vuelta. Pasen por acá, por el pasillo al fondo, donde está la parra.

     
Uno tiene una numerosa cantidad de cacharros de cocina en general. Ollas, cacerolas y cacerolitas, sartenes con teflón, de hierro, infames planchas de lata chinas, peroles, cazuelas, boles, pinzas, trinchantes, vasijas, marmitas y un largo etcétera pero (y aquí viene el enunciado de la ley) el 80% de las comidas que uno prepara utilizan sólo el 20% de los implementos de cocina que uno tiene.

     
Otro ejemplo, y de un ámbito completamente distinto, para que se note lo ecuménico de la ley o principio de Pareto (ya vamos a hablar de él). El uso de energía eléctrica es una demostración del desarrollo que una sociedad ha alcanzado. Cuanto más tecnificada y desarrollada socialmente está una sociedad, más energía eléctrica consume. Sus habitantes miran la televisión y se calientan (o refrescan según la época del año) consumiendo corriente eléctrica. Tienen heladeras, celulares, equipos de audio e imagen, iluminación, microondas, máquinas de afeitar, secadores de pelo, computadoras y demás artefactos, todos eléctricos. Sus fábricas ensamblan, funden, pliegan, atornillan, sueldan y cortan enormes cantidades de materias primas consumiendo energía, mayormente eléctrica. Del otro lado de la escala, las sociedades menos favorecidas hacen escaso o nulo uso de este recurso energético. Dependen de su fuerza motriz o de las bestias para realizar algunos trabajos pesados y en algunas ocasiones no han pasado más allá del uso del fuego como método artificial de alcanzar algún grado de bienestar. Pues bien, y aquí es donde entra la Ley del 80/20 nuevamente. "El 80% de la energía generada es consumida sólo por el 20% de los países del mundo". Triste y desigual pero cierto. Lo mismo puede aplicarse a la cantidad de basura generada, que es otro indicador económico del desarrollo.

      Saltamos nuevamente de tema. En la mayoría de las empresas, en 80% de la facturación proviene del 20% de los clientes. Del mismo modo, de la totalidad de las horas laborales, durante el 20% del tiempo se desarrollan el 80% de la totalidad de las tareas. En diseño de software, el 80% de los errores son producidos por el 20% de las líneas de código. Por mucho que se esfuercen los dueños y departamentos de marketing de los grandes supermercados y shoppings, el 80% de los clientes sólo ven el 20% de la mercadería exhibida. En cualquier equipo de ventas, el 80% de los contactos efectivos los realizan el 20% de los vendedores. De la misma manera, en cualquier empresa el 80% del ausentismo lo provoca siempre el mismo 20% del personal.

      En casa, el 80% de las veces que encendemos la computadora es para utilizar solamente el 20% de los programas que ahí tenemos instalados. El 80% del tiempo que pasamos escuchando música, sólo utilizamos el 20% de los discos (o MP3 o el medio que sea) que tenemos almacenado. El 80% de las veces que nos vestimos (mayormente todos los días) utilizamos el 20% de la ropa disponible. El 80% del tiempo que uno invierte en limpiar la casa ocupa solo el 20% de la superficie de ésta.

     
Don Wilfredo Federico Damaso Pareto se paseó por Italia entre 1848 y 1923 (antes no había nacido aún y luego de esa fecha procedió a morirse) y fue en vida economista y sociólogo. En apariencia, su famoso principio, acuñado en 1909, tuvo su origen en la observación de que, para ese entonces, el 80% de las propiedades inmobiliarias de Italia estaban en manos del 20% de la población exclusivamente. No tardó mucho en extrapolar sus observaciones a varios aspectos de la vida social y económica y hoy es considerado como uno de los precursores de varias ideas económicas figurando con entradas en varias enciclopedias que tratan estos temas

     Mas allá del tono de sorna con el que nos lo hemos tomado, el principio de Pareto tiene realmente utilidad en el mundo de los negocios. Si el 80% de mis ingresos como empresa provienen del 20% de mis clientes, será cuestión que ese 20% esté lo más contento posible. Si de todas las horas de trabajo, logro identificar cual es el 20% en el que se desarrolla el 80% de mis tareas, será cuestión de sacarle el mayor provecho posible a ese lapso de tiempo.

     
Por último, se ha comprobado que del 80% del tiempo que pasa uno leyendo blogs solo obtiene un 20% de información útil. Y acá no estamos para refutar a don Wilfredo de ninguna manera.







Buen provecho.