domingo, 28 de septiembre de 2014

Del Yo a su alacena: Pulsiones en conserva.

      A medida que uno va creciendo y madurando le van rotando las ganas de hacer cosas. De chico uno tiene ganas de correr, trepar y jugar. De grande de sentarse a leer un libro o dormir una buena siesta. De todos modos las ganas no son parejas y hay quienes se sienten en las puertas del Paraíso ante la eventualidad de jugar un partido de golf, otros gozarán asustándose en el cine ante una película de terror y los menos nos sentaremos en nuestro sillón preferido a disfrutar de un buen libro. De todos modos hay "ganas" que nos acompañan literalmente desde la cuna hasta la tumba y a todos por igual.

      Los psicólogos las llaman Pulsiones Primarias y su número varía de acuerdo con el estudioso que lo presente. Básicamente son 4 con elementos que se agregan y se quitan. El hambre, la sed, el sueño y, con perdón de la mesa, el sexo. La ausencia de satisfacción de cualquiera de esas cuatro necesidades provoca molestias no solo psicológicas, sino físicas. Dejemos a un lado la sed, el sueño y el sexo (aunque sea solo por un rato) y concentrémonos en el hambre.


      Nuestro antepasado hómnido se contentaba con unos frutos, unas raíces o algún animalito tipo liebre o pequeño gallináceo cuando no insectos y todo tipo de gusanos. Cuando aprendió a cazar en grupo pasó a los jabalíes, búfalos y mamuts. Si el grupo cazador era lo suficientemente numeroso casi no sobraba nada y aún los bichos y pájaros carroñeros terminarían la tarea. Pero el poderoso intelecto con el que nuestro mono primitivo fue provisto le complicó las cosas. El tipo inventó la agricultura y la ganadería. Ya no dependía de encontrar eventualmente un árbol de naranjas en su camino para tomar su jugo, fue capaz de plantar tantos como quisiera, donde quisiera y a la distancia de su casa que quisiera. Del mismo modo las liebres salvajes se convirtieron en dóciles conejos dispuestos a ser guisados al alcance de sus manos reproduciéndose, casualmente como conejos, al amparo de depredadores y con comida suficiente. Y no solo inventó ambas artes rurales sino que con el paso de las generaciones fue mejorando y optimizando los procedimientos de modo de quedarse con los cerdos más prolíficos o sembrando las semillas de las manzanas cuyos árboles daban más fruta. A poco de andar (unos miles de años de civilización) y de no mediar alguna catástrofe natural, el hombre superó el problema del hambre y más aún produjo un notable exceso de comida.

      Si bien las familias eran más grandes que las de ahora (con un promedio actual de uno o dos hijos) un cerdo en edad de ser faenado pesa unos 200 kilogramos. Mucha más carne de la que se puede ingerir antes de que se eche a perder. El mismo ingenio que lo llevó a criar los cerdos que más rápido y mejor se desarrollan le proveyó el camino para inventar métodos para conservar los alimentos el mayor tiempo posible sin deteriorarse.

      Podría creerse que en las épocas de los conservantes químicos y los freezers aquellos métodos primitivos de conservación han sido ya olvidados pero se trataría de un error. Bombilla Tapada hoy desarrollara, mediante una investigación de su Departamento de Artes Culinarias,  los métodos básicos de conservación de alimentos y sus fundamentos científicos. Antes de comenzar habrá que aclarar que el principal enemigo del almacenamiento de comestibles son las bacterias. Por lo tanto y aunque nuestros antepasados no lo supieran, todos los métodos tienen como finalidad mantener a las bacterias alejadas de nuestra comida. Arrímense a la mesa que ya comenzamos a servir.

      La casa de mi abuelo contaba con un interesante jardín al fondo donde crecía una higuera, un ciruelo y un árbol de pomelos. Los pomelos eran incomibles hiciera lo que se hiciese. La higuera prodigaba un par de frutos por temporada con avara economía. Sin embargo el ciruelo estallaba de frutas cada verano. Y entonces todos los miembros de la familia recibíamos semana a semana nuestra bolsa de ciruelas hasta que terminábamos odiándolas. Pasado el entusiasmo del inicio de cada verano los meses posteriores encontraban a las ciruelas excesivamente maduras estrelladas contra el suelo producto de su caída libre desde lo alto del árbol. En algún momento ocurría que alguna abuela proponía la utilización del excedente ciruelacio para fabricar dulce casero.

      La conservación en azúcar es uno de los métodos antiguos que mejor siguen funcionando. El tipo que tenía un campo con varios frutales no daba abasto a comer la fruta fresca y una excelente opción era cocinarlas con azúcar  ya sea como mermeladas o en almíbar. (Vaya como dato extra el hecho de que en gallego, el membrillo recibía el nombre de "marmello". Por tanto la palabra marmellada en principio se usaba para referirse al dulce únicamente de membrillos). Nuestro campesino no tenía ni idea de porque la fruta fresca duraba unos días en cambio el dulce lo hacía durante meses, o un año inclusive. Acá llegamos nosotros para sacarle la magia al asunto. Las citadas bacterias no tienen boca sino que comen a través de su "piel". La membrana celular que separa al interior de la bacteria del medio ambiente es permeable a la glucosa, y el tarro de dulce rebosa de ella. En un frasco de dulce las bacterias mueren intoxicadas, la discreta fisiología bacteriana no tiene modo de detener la avalancha de glucosa. Y de más está decir que al hacer hervir las frutas con el azúcar durante la cocción las que había vivas en las cáscaras o por ahí, mueren quemadas. Pero tranquilos, al no tener boca, nadie va a oírlas gritar.

      El 75% de la superficie de la bola de rocas en la que vivimos está tapada por el agua. Y no en vano. Sin agua es imposible vivir. El medio en el cual se disuelven las porquerías de nuestro organismo, el medio en el cual los nutrientes viajan, el medio en el que el oxígeno es absorbido por nuestros pulmones es principalmente acuoso. Y a las bacterias, nuestras enemigas de hoy, les pasa lo mismo. En medios sin agua no se pueden mover, no pueden comer y deben limitarse sólo a morir (pobrecitas). De ahí nuestros orégano seco, tomates secos, orejones de frutas varias, semillas como la nuez o almendra. Sin agua no hay vida, sin vida no hay bacterias y sin bacterias los alimentos duran más. Ese es todo el secreto.

       Nuestras villanas de hoy, las bacterias, esas que compiten con nosotros por nuestra comida conservada, necesitan para vivir de una sustancia llamada trimetilamina. No se asusten, no nos vamos a meter en  oscuros callejones químicos. Baste saber que en medios muy ácidos, la síntesis de trimetilamina es imposible. En medios con un Ph (no importa si no se acuerdan que es, no hace falta) por debajo de 4.5 la bacteria no puede fabricar trimetilamina y procede a morirse con toda justicia. Afortunadamente en nuestras alacenas hay vinagre desde hace muchos cientos de años. El Ph del vinagre es de 2.9, bien por debajo de los 4.5 necesarios para impedir que la bacteria viva. Todos aquellos que alguna vez disfrutaron de unas berenjenas en escabeche o unos pickles en vinagre deberán agradecer a la síntesis de trimetilamina su buena fortuna.

      Llegamos al último de los métodos de conservación (por lo menos de los más populares) que vamos a tratar hoy. Aunque no lo crean, el mecanismo por el cual se puede volver a la normalidad un tobillo hinchado y este método de conservación tienen mucho en común. Nuestro cuerpo, y el de las bacterias, tiene una precisa cantidad de sales. Nuestra piel, lo podemos comprobar durante el verano o haciendo ejercicio, es capaz de eliminar agua. Cuando uno se ha torcido el pie o se ha golpeado el tejido interno se hincha concentrando agua. Esto aprieta los nervios provocando dolor. Por lo tanto, la sabia abuela prepara un tacho con agua y una cantidad deliberadamente grande de sal. Mejor será que el agua esté tibia. La abuela no sabe porque pero nosotros si. Cuanto más caliente esté el agua, más sal se le podrá disolver. Puesto nuestro tobillo dentro del agua, la física hará el resto. La naturaleza tiene una formidable atracción al equilibrio de modo que en esa situación, donde hay una concentración de sal mucho más alta de un lado de una membrana (la piel) que del otro tratará de compensarla eliminando líquido de la parte más diluida hacia la más concentrada. Por lo tanto el agua saldrá de nuestro tobillo hacia el balde deshinchándose. Meter un fiambre en sal le provoca una fuerte deshidratación y si una bacteria pretende alimentarse de nuestra bondiola, le ocurrirá lo mismo a ella debido a su alto contenido de sal. El agua contenida dentro de la bacteria saldrá por su membrana externa y la bacteria morirá como castigo por querer apropiarse de nuestro salamín. Antes de la aparición de los métodos de refrigeración, esta era la forma más convencional de conservar carnes y la Provincia de Buenos Aires contaba con enormes "saladeros" donde se faenaba y procesaba de este modo la carne vacuna.

      Hoy la química nos entrega una gran gama de productos que no modifican el sabor ni el aspecto ni la salubridad de las comidas pero que imponen una barrera al crecimiento de las bacterias de modo que duren mucho más tiempo que el que durarían en condiciones naturales. El freezer, por otra parte permite que los alimentos se mantengan más o menos intactos por muchísimo tiempo.

      Sin embargo nos sigue deleitando la perdiz en escabeche de la tía, los quinotos en almíbar que hace la vecina y sobre todo extrañamos horrores el dulce de ciruelas de la abuela.

Buen provecho y que anden bien.













domingo, 21 de septiembre de 2014

La maldición del Diamante o las ventajas de la Bijouterie de fantasía

      Rara vez en la historia los objetos toman mayor protagonismo que las personas. Es evidentemente más importante San Martín que su sable corvo, el Cid que su espada Tizona, Colón que la Santa María. Sin embargo en el mundo de la literatura los objetos suelen tener mucho protagonismo. De hecho hay historias que han sido contadas de varias maneras distintas cambiando las épocas y los protagonistas. Así el Santo Grial o la espada Excálibur han aparecido en múltiples novelas atravesando los tiempos y en manos de muchísimos dueños y usuarios distintos. Es muy difícil hallar cosas semejantes en el mundo real. Los objetos que han pertenecido a alguien o bien se guardan o bien se pierden. La espada de William Wallace se luce en el castillo escocés de Stirling, la de Alejandro Magno se ha perdido y Excálibur nunca existió. 

      Los protagonistas de nuestras historias preferidas portan amuletos, anillos, espadas y demás cacharros que a veces los vuelven invencibles, a veces poderosos y a veces desdichados. Después de una ardua investigación conjunta entre el Departamento de Geología de Bombilla Tapada y la División Objetos Perdidos del Banco Nacional de Zimbabwe este blog se enorgullece en presentar la extraña y real historia de una joya. Un diamante que, a pesar de nuestro natural escepticismo, pareciera atraer la desgracia sobre quien lo posee. Comenzaremos la historia pero no por el principio sino un capítulo más adelante, como para poder reservar el origen de la gema para el final. Todos a bordo que empieza el viaje.

      Un 10% de nuestro peso es carbono. Este elemento es fundamental en la estructura de todos los seres vivos. Pero además de ser una pieza fundamental en nuestras proteínas y demás elementos estructurales, el carbono forma también parte de nuestras vidas fuera de nuestro cuerpo. En principio sería imposible hacer un asado sin él (obviamente sin carbón no hay fuego y fundamentalmente, sin carbono no hay vaca). Los lápices carecerían de mina lo que complicaría mucho el desarrollo de las artes pictóricas. Las centrales nucleares se verían reducidas en sus elementos de control dado que las barras de grafito trabajan como reguladores de la reacción atómica en algunos modelos de reactor. Pero la variedad del carbono que más hubiera extrañado la humanidad hubieran sido los diamantes. Muestras de carbono, lo suficientemente puras, sometidas a altísimas temperaturas y presiones dan como resultado, en lugar de toscos cascotes negros, transparentes y durísimas piezas que le han quitado el sueño tanto a sus buscadores como a sus usuarios. Las condiciones para que se forme un diamante son extremadamente raras, por lo tanto hay pocos y de tamaño pequeño. 

      Pero de vez en cuando se dan condiciones más raras aún y el diamante es enorme (en comparación con los demás) o incluye en su estructura cristalina algún elemento que lo hace particular tenemos una pieza curiosísima. Y una de ellas es la protagonista de nuestra historia. 

      La historia comienza con el diamante en manos de Jean Baptiste Tavernier. El tipo, un comerciante que alcanzó los 80 años y pasó la mitad de su vida viajando. De uno de esos viajes en 1660 se trajo consigo desde la India un diamante de 115 quilates y extrañamente azulado. Hoy la cristalografía nos indica que ese color es debido a la presencia de átomos de boro precisamente intercalados en la estructura de la piedra. El valor de la misma era tan alto que sólo un monarca podía darse el lujo de pagar por él. Y eso fue lo que ocurrió.



     Jean Baptiste le vendió entonces el diamante (que para ese entonces se conocía como Tavernier Blue) a Luis XIV. Lo dejamos en sus manos y seguimos por un instante a Tavernier. La historia no registra cuanto pagó Luis XIV por la piedra pero se sospecha que fue mucho. De todos modos las finanzas de Jean Baptiste decrecen hasta dejarlo en quiebra. Hombre acostumbrado a viajar parte rumbo a Rusia quizá escapando de los acreedores parisinos. Había visitado durante su vida la India, Persia y hasta los territorios del Gran Khan. Hoy cualquier abombado con el dinero suficiente puede sacar un pasaje de avión y pasearse como si nada por Mongolia. Pero en el siglo XVII semejante empresa estaba reservada únicamente a viajeros experimentados, y Jean Baptiste lo era. Alguien comenzó a echar de menos a Tavernier en Moscú donde se suponía que debía haber llegado hacía días. Finalmente lo encontraron. Muerto. De hambre y congelado. Parcialmente devorado por los lobos de camino a su destino. Es la primer víctima que se encuentra involucrada en el camino del Tavernier Blue, que a partir de ahora y como posesión de Luis XIV pasa a llamarse French Blue

      Don Luis le encomendó a Sieur Pitau, uno de sus joyeros reales que cortara en diamante en dos. Una parte fue a dar a la Corona Real y la otra a un colgante que el Rey exhibía en algunas ceremonias. En la corte de Luis XIV, entre otras, vivía Francisca Athenais de Rochechouart de Mortemart. A pesar de estar casada legalmente con Luis Enrique de Pardaillan de Gondrin, marques de Montespan, Francisca, conocida como Madame de Montespan era la amante favorita del rey. Sabiendo de la preferencia real por ella, le pidió al rey que le regalara la joya colgante con la otra mitad del French Blue. Luis XIV accedió pero poco después, y aún luego de haberle dado 7 hijos (obviamente bastardos pero recompensados con títulos de nobleza) Madame de Montespan cayó en desgracia reemplazada por la Marquesa de Maitenon. Madame de Monespan debió abandonar la corte (y dejar en diamante entre otras cosas) y murió en el olvido en 1707. Podemos entonces contarla como una víctima más, la segunda en este caso, que malogró su vida luego de poseer el diamante.

     Había comenzado a correr el rumor de cierta maldición sobre el French Blue. El mismo Luis XIV fue consultado al respecto por el Sha de Persia en una visita a Francia. Luis desestimó los miedos del Sha haciendo traer a su presencia el estuche que contenía a la gema. Poco tiempo después una gangrena terminaba con su vida (la de Luis, no la del Sha). 

     Luis XV, su sucesor, no tuvo ningún interés sobre el diamante. Lo dejó en su caja durante todo su reinado. Me dirá usted: Bueno, al fin y al cabo Luis XV también murió. Es verdad, diré yo y seguiré como si nada en el párrafo de abajo.

Arriba a la izquierda la cabeza de Lamballe
      Luis XVI y María Antonieta si tuvieron interés en la piedra. María Antonieta Josefa Juana de Habsburgo adoraba el collar con el diamante azul. Tanto le gustaba que hasta se lo prestó unas cuantas veces a su íntima amiga María Luisa de Saboya princesa de Lamballe. No hace falta decir que ni Luis XVI ni María Antonieta conservaron cuello donde lucir la gema. La muerte de la Princesa de Lamballe constituye uno de los hechos más sangrientos y brutales que tuvo la desde ya sangrienta Revolución Francesa. Encarcelada en la prisión de Forcé, María Luisa de Saboya sufrió la invasión de la misma por parte de la turba enardecida. El cuerpo de la Princesa de Lamballe fue decapitado, despellejado, vejado y descuartizado. La cabeza de la Princesa fue luego peinada, maquillada y clavada en una pica. De ese modo pasearon delante de las ventanas de la Concergerie donde María Antonieta esperaba para ser ajusticiada con la intención de que ésta se enterara de la suerte corrida por su amiga. Ya ven, en un solo párrafo el diamante de ha cargado 3 personajes.

Palacio de Brunswick
      Los saqueos posteriores a la Revolución hacen perder de vista al diamante, por un tiempo. Sea quien fuere que lo conservara, en 1820 se lo vendió a Wilhelm Falls, un joyero holandés. Este decide cortar el diamante nuevamente en 2. Una parte es vendida a Carlos Federico Guillermo Duque de Brunswick. Para continuar con la serie de hechos desafortunados al rededor del diamante, Carlos debió abdicar acusado de impericia y corrupción y su palacio (para que no queden dudas) fue destruido. La otra mitad del diamante se la quedó Falls con el objeto de venderla en un futuro. Lo que Wilhelm no esperaba era que su propio hijo le robara la joya. Falls junior vende el diamante restante a un francés de apellido Beaulieu. El padre se entera y muere de un ataque. El hijo se entera que su padre ha muerto por su culpa y procede a suicidarse. Dos más para la lista.

      El diamante en posesión de Beaulieu pasa a manos de un joyero inglés llamado David Eliason quien se lo presenta a Jorge IV de Inglaterra. El diamante pasa inmediatamente a ser engarzado en la corona real. Jorge IV sufría, como su padre, de porfiria, una enfermedad hereditaria que, entre otras cosas tiene como síntomas las alucinaciones y convulsiones. Jorge se hizo adicto al láudano, una droga opiacea. Jorge IV murió poco menos que loco en 1830.

Henry Hope
      La parte que estuvo en poder del Duque de Brunswik vuelve a aparecer en la historia. De algún modo llega a manos de Henry Phillip Hope y cuanto menos esa porción del diamante original pasa a ser llamada Diamante Hope. Henry tenía una gran colección de gemas y el diamante fue exhibido sin mayores consecuencias en la Gran Exposición de Londres de 1851 y en la Exposición Mundial de París en 1855. Henry Hope murió en 1862 y el diamante pasó de mano en mano, de hijos a sobrinos, con alguna controversia judicial en medio. De hecho el último heredero de la familia Hope, Francis, aún poseedor del diamante fue declarado en bancarrota dado que no podía venderlo sin orden judicial.

      Lo compra entonces el Príncipe ruso Iván Kanitowsky para obsequiarlo a una vedette amante eventual. Al Príncipe lo mata la revolución. A la amante del Príncipe su marido despechado. Dos más y van...

Pierre Cartier
      Luego de tantas vueltas, el diamante cae en manos del famoso joyero francés Pierre Cartier quien la compra por 550.000 francos. Carier se lo vende al comerciante Evalyn Walsh McLean. Cuando este muere en 1947 deja expresamente en su testamento que el dueño de la piedra preciosa era su nieto y que podía hacer uso y disponer del mismo al alcanzar la edad de 25 años. El problema era que el nieto de Walsh McLean tenía al momento de fallecer su abuelo tan solo 5 años y la familia (como misteriosamente casi todos los participantes de esta historia) estaba pasando dificultades económicas. La corte le dio permiso a la familia y finalmente lo pudieron vender y saldar sus deudas. De últimas lo compra Harry Winston un empresario norteamericano coleccionista de joyas. 

      Por alguna razón desconocida Winston dona la piedra al Museo Smithsoniano de Historia Natural quien todavía la conserva. Lo extraño del caso, si algún dato extraño más le faltara a esta historia, es que el 10 de noviembre de 1958 el diamante llegó al museo en un sobre de papel madera por correo común, como si Winston quisiera deshacerse de él en lugar de donarlo.


Dijimos que nos íbamos a guardar el inicio de la historia para el final y estamos a punto de cumplir.

      Esta historia comienza con el diamante azul en manos de Jean Baptiste Tavernier pero cabe preguntarse (y si no cabe haremos fuerza para que quepa) ¿De donde lo sacó?

      Hasta donde se sabe, el diamante era el tercer ojo de la estatua de la diosa hindú Sita, esposa de uno de los avatares de Rama. Según la leyenda, el diamante original había sido esculpido por la mismísima deidad y de allí la supuesta maldición para todos aquellos que hubieron entrado en contacto con él.




      Un último comentario al respecto del French Blue. Se trata de una licencia poética y cinematográfica sin ningún rigor histórico, pero el diamante que la anciana Rose echa por la popa del barco en Titanic al final de la película, simula ser el Hope.

    El equipo de investigación de Bombilla Tapada está constituido exclusivamente por profesionales racionalistas incapaces de dejarse asustar por leyendas sin sentido de maldiciones y abominaciones. Queremos aclarar que si los presentes que entregamos a modo de regalos de cumpleaños y demás atenciones no contienen ningún legítimo diamante azul (ni de ningún otro tipo) no debe tomarse este comportamiento como muestra de superstición sino de profunda pobreza.

Que anden bien.









domingo, 14 de septiembre de 2014

Discúlpeme. ¿Podría indicarme donde está el baño?

Normalmente toda tanda publicitaria contiene uno o más avisos dedicados a favorecer la compra de artículos que tienen que ver con la higiene personal o la limpieza de la casa. Las publicidades de papel higiénico, principalmente, tienen la poesía de una película romántica, con los rollos rebotando en cámara lenta demostrando así lo flexible y esponjoso de su constitución. Hacen referencia también a su condición de suave como si se pusiera uno a comparar suavidades al momento de proporcionarle al trozo de papel, su habitual innoble fin. Del mismo modo, por un extraño fenómeno odoro-luminoso toda vez que la protagonista de la publicidad pulsa de algún modo el mecanismo para que el ingenio aromatizante realice su cometido, la casa misma luce distinta. Hay mas flores en los floreros y la luz entra copiosamente por la ventana de un living que antes de usar el aerosol o enchufar el gel contenido en un marquito de plástico lucía opaco y gris. Los nombres de las fragancias son también un desafío al entendimiento y un reto a la imaginación. ¿Caricia de bebé? ¿Amanecer Campestre? Quizá vengan con olor a leche cortada derramada sobre el babero y bosta de caballo recién deyectada, respectivamente.

De algún modo u otro la humanidad debió tomar medidas y consideraciones a la hora de eliminar sus deshechos y hoy Bombilla Tapada los invita a pasar por el elegante y aristocrático Palacio de Versalles pero no para visitar sus fastuosos salones sino para conocer como se las ingenió la nobleza (en especial la Corte de Luis XIV) a la hora de deshacerse de sus humanos desperdicios. 

Vengan por acá que todo huele aún a agua florida.

Una vez acomodados en París, tomando el Rèsau Express Régional C y bajándonos en la estación Versailles Rive Gouche vamos a encontrarnos con el impresionante Palacio de Versalles. El terreno sobre el que se dispone el complejo ocupa 800 hectáreas. En su momento de esplendor (hacia fines del siglo XVII ) llegaron a vivir en él unas 20.000 personas que miraron los imponentes jardines a través de alguna de sus 2.513 ventanas o subieron por cualquiera de sus 67 escaleras o se acomodaron sus lujosos ropajes frente a alguno de sus 483 espejos. 

Ahora bien. En algún momento (en realidad con frecuencia diaria) los 20.000 habitantes del palacio sentían el llamado de la naturaleza y Versalles tenía que responder. El palacio contaba con 100 urinarios (un ámbito con una suerte de palangana para hacer pis. Digámoslo sin tapujos) y al rededor de 300 Chaises d´affaires cuya traducción sería Asiento de asuntos. Podría leerse el término asuntos como un lejano eufemismo de ir de cuerpo o ir de aguas mayores. Sin embargo este nombre tiene una explicación por demás razonable. Y es que, por ejemplo el Cardenal Mazarino, sucesor del no menos célebre Richelieu, contaba con 3 chaises d´affaires para su exculsivo uso personal. Uno de ellos de vidrio y dos de plata. A sus Chaises d´affaires se les podía adosar un escritorio para escribir o leer mientras tanto se exoneraba el vientre. Imaginen que si el co-regente de Francia (junto con Ana de Austria. Luis XIV heredó el trono con tan solo 5 años de edad) tenía excusados de vidrio y plata, el oro era entonces lo adecuado para la silla real. Y no solo eso; Sus Reales Posaderas estaban flanqueadas por el escudo de armas de la casa real.  Desde allí podía recibir funcionarios en audiencia, redactar órdenes o jugar a los naipes.

La corte de Luis XIV tenía un ceremonial realmente complejo y los permisos y restricciones alcanzaban al real acto de la defecación. A las ocho y media de la mañana el Rey se sentaba en su chaise d´affaire tuviera o no ganas y desde allí atendía a los funcionarios que habían requerido audiencia. A un gesto del Rey indicando que, digamos, podía comenzar a utilizar una silla convencional se acercaba el Chevalier porta-coton. Quienes sepan algo de frances lo entenderán y quienes no, lo sospecharán. El Chevalier porta-coton era quien le facilitaba al Rey un elemento con que borrar los rastros del acto que se había desarrollado momentos antes. Luis XIV prefería como indica el nombre del cargo, el algodón. Pero había quien solicitaba trapos de lino, hojas de papel o vellón de lana.

Además del Chevalier porta-coton otro cargo reservado a nobles de alto rango era el que se encargaba de disponer propiamente de la silla protagonista de la presente nota. se trataba del Porta Chaises d´affaires. En ausencia de instalación de agua tal como la conocemos hoy, la silla tenía debajo un recipiente en donde...bueno ¿Como decirlo de manera elegante? Un recipiente que podía quitarse para ser vaciado y lavado para su posterior uso. Esta función la cumplía el Porta Chaises d´affaires quien además antes de proceder a la disposición final de las miserias reales las exhibía al médico de la corte, quien verificaba de ese modo el correcto funcionamiento del tracto digestivo de su alteza. El cargo era tan importante que se vendía y aún se heredaba.

Imaginen ustedes, sentados en living de nuestras modestas viviendas de 100 metros cuadrados más de una vez dando zancadas desesperadas para alcanzar el baño antes de que sea demasiado tarde por habernos entretenido con una película o un espectáculo deportivo. Versalles tiene 11 hectáreas cubiertas de modo que, un baile en uno de los salones implicaba una generosa lejanía del baño más próximo. Para ello, la ingeniosa burocracia parisina disponía de pajes cuya función era arrimar los pots à pisser, unos cacharros de cerámica popularmente conocidos como Bourdaloue. El Rey, obviamente, para diferenciar su real orina contaba con uno de plata. Resulta curioso el origen del nombre de esta especie de salsera. Por esos días el jesuita Louis Bourdaloue era el confesor de la corte y en quien los habitantes de Versalles "descargaban" sus pecados. La analogía entre la descarga moral y la física llevó a bautizar al recipiente del mismo modo que al sacerdote.


De cualquier manera no todos eran tan respetuosos de las formas y siendo que la iluminación a vela y faroles de aceite es bastante deficiente y habiendo, como dijimos 67 escaleras en palacio, siempre era posible encontrar amparado en las sombras un descanso hospitalario donde liberar las aguas servidas sin ser visto.

Aún habiendo costado 80 millones de libras de la época nuestras modestas viviendas tienen más comodidades que las que disfrutaba el Rey Sol. Por otra parte, me siento mucho más tranquilo sin la presencia de un paje que me corte un trozo de papel higiénico a mi requerimiento y personalmente prefiero no atender a ningún funcionario que venga en audiencia cuando estoy concentrado en otras cosas.

Vayan por la sombra y nos encontramos luego

Que anden bien

domingo, 7 de septiembre de 2014

Woolrich, Hitchcock, De Palma y Cerati. ¡Que delantera!

      Un desconocidísimo Cornell George Hopley-Woolrich es la persona que comienza esta interesante cadena que terminará en nuestro recientemente desaparecido Gustavo Ceratti. Es que a veces las historias son sorprendentemente intrincadas y son particularmente esas las que nos gustan más en Bombilla Tapada.

      Cornell había nacido en 1903 y estudió periodismo en la Universidad de Columbia. Además de su actividad profesional gustaba de escribir ficción y tan bien lo hacía que ganó un premio que le dio la oportunidad de vivir un tiempo prolongado en París. De ese período provienen sus tres primeras novelas. Tuvo algún éxito por lo que a su regreso a los Estados Unidos, la Paramount Pictures lo contrata para adaptar guiones cinematográficos. En ese medio conoce a la hija de un productor de películas mudas y se casa con ella. La boda ocurre en 1933, su esposa se llamaba Gloria Blackton y el matrimonio duró un par de semanas. Es que Woolrich era completamente homosexual, y solo se había casado para guardar las formas que la sociedad de la época exigía. Su mujer lo comenzó a sospechar de inmediato, luego de casarse y el hallazgo por parte de ella del diario íntimo de su marido terminó de confirmar que esa unión no iba a durar mucho.

      La Gran Depresión del 30 estaba haciendo ya estragos en la economía mundial y particularmente en la Norteamericana. Cornell deja las novelas medulosas de sus primeros tiempos y comienza a escribir policiales, literariamente menos valiosos pero comercialmente más rentables. Y escribe muchísimas novelas y cuentos policiales negros. Lo hace bajo varios seudónimos como William Irish o George Hopley además de con su nombre real. Su vida personal era desastrosa. Comenzó a beber, se recluyó en un hotel donde vivió durante 11 años. Enfermó de ictericia. Perdió una pierna a causa de una gangrena y murió en solitario en 1968. A los efectos de esta nota nos interesa saber que en 1942 escribe una novela llamada "It had to be murder". Dejemos descansar en paz a Cornell Hopley-Woolrich.

    Un año antes de que terminara el siglo XIX nacía en Leytonstone, Inglaterra el segundo protagonista que nos acercará un poco más a nuestro destino final. A sus 16 años falleció su padre por lo que debió dejar sus estudios y ponerse a trabajar para mantener a la familia. Comenzó como empleado de la compañía Henley de telégrafos y como trabajo ocasional caligrafiaba los cartones con diálogos y aclaraciones que se incluían en las películas mudas. De ese modo se acercó al cine y lentamente se convirtió en el mejor director de cine británico de la historia.




    Lógicamente hablamos de Alfred Joseph Hitchcock. Se especializó principalmente en la realización de películas de suspenso. Sus films se caracterizan por sus repentinos giros de la trama, trozos del argumento que sirven solo para distraer la atención de modo que el final sea sorprendente y una simpática particularidad: le gustaba aparecer en sus películas de modo casi oculto. Aparecía como un vecino que vacía un tacho de basura de fondo en una escena callejera, o como pasajero de un transporte público donde viaja uno de los protagonistas o como un invitado más de una fiesta numerosa. Sin dudas, su película más famosa es Psicosis, la que contiene una de las escenas más recreadas de la historia: el asesinato de Janet Leigh en la ducha y que fue continuada, recreada y repetida siempre de forma peor que la original.

      Buscando literatura en la que basar sus guiones dio con la novela "It had to be murder" de Cornell Hopley-Woolrich. La historia: un fotógrafo sufre un accidente y debe tener su pierna enyesada por un tiempo prolongado por lo cual se ve obligado a permanecer encerrado en su departamento sentado en una silla de ruedas. Aburrido comienza a espiar desde su ventana los movimientos de los vecinos. En algún momento cree descubrir que su vecino ha asesinado a su esposa. Si la vieron sabrán como sigue. Si no la han visto no voy a estropearles la trama. Hitchcock la bautizó como "La ventana indiscreta"




      Otra de sus películas famosas se llamó "Vértigo". En esta, un detective que sufre de acrofobia (lo que comúnmente se llama vértigo) trata de solucionar un caso encargado por un amigo. Debe seguir a su esposa (la del amigo) a pedido de éste. Sin quererlo se enamora de ella. La mujer de su amigo se empeña en subirse a toda edificación alta de San Francisco, ciudad en la que transcurre la película, para pánico de James Stewart, protagonista de la misma. La señorita en cuestión finalmente se mata. El detective conoce luego a otra mujer de asombroso parecido con la occisa. Y de eso va la película, otra vez no nos interesa develar detalles a aquellos que no la vieron pero sepan que don Stewart se hace una ensalada de personalidades entre la muerta y su nueva amiga, ambas protagonizadas por Kim Novak. Hichcock se murió el 29 de abril de 1980 y vamos a dejarlo también descansar en paz por ahora.

      Un par de años antes de que Cornell escribiera "It had to de murder" nacía un tal Brian Rusell De Palma. Quizá el cine nos arrebató un brillante físico, que es lo que estudiaba en un principio Brian, pero ya con Los Intocables o Scarface podemos coincidir en que la física puede esperar. Uno de los directores que despertó su interés por el Séptimo Arte fue, casualmente Alfred Hitchcock y entre película de mafiosos y película de mafiosos dirigió un thriller que homenajea al director británico.






     Se trató de "Doble de Cuerpo" una película de 1984 donde el protagonista sufre de claustrofobia (como el de Vértigo sufría acrofobia), donde el detonante de la acción es la conducta voyeur del protagonista, espiando a una joven Melanie Griffith a través de la ventana de su dormitorio (como en La ventana indiscreta). En la trama de la película, que otra vez no vamos a revelar, aparecen sustituciones de personalidad (como en Vértigo) haciendo de Doble de Cuerpo todo un homenaje al cine de Hitchcock. Brian De Palma vive aún, tiene 73 años, y también vamos a dejarlo descansar, no en paz pero sin molestarlo por un rato.



A estas alturas se preguntarán: ¿A donde va este desquiciado con todo esto? Calma, amigos, ya estamos llegando.

      La retirada en franca derrota de la dictadura militar en el 83 le terminó de abrir la puerta al rock nacional que ya estaba filtrándose por las hendiduras abiertas durante la Guerra de Malvinas del 82. El aire fresco llegaba a las radios y los penosos temas de Rafaela Carrá o Village People eran reemplazados lentamente por Luis Alberto Spinetta, Charly García o Virus. Podía escucharse entonces, en Radio del Plata un programa llamado El Submarino Amarillo conducido por Tom Lupo en donde se difundían los temas del renaciente rock autóctono. A su vez, el diario Carín editaba una vez por semana un suplemento dedicado a los jóvenes llamado "Si", que aún sigue editándose, no así el programa de Lupo. Ambos medios, el programa de radio y el suplemento del diario organizaron un concurso de letras. Se invitaba a los lectores y oyentes de ambos a escribir una letra para un tema musical. El ganador lo recibiría a modo de premio musicalizado por Gustavo Cerati, guitarrista y líder del por ese entonces arrasador Soda Stereo. Eso era todo. El eventual vencedor podría mostrarle a sus amigos y parientes como sonaba su letra cantada y tocada por Gustavo grabada en un casette (aún no se habían inventado los CD´s grabables y los CD convencionales eran toda una curiosidad. De hecho, el único disco que se nombrará en esta nota fue la primera producción nacional que se editó en CD).

      Un artista plástico de nombre Jorge Antonio Daffunchio, sin relación con Germán Daffunchio el actual guitarrista de Las Pelotas, venía escuchando radio en su auto. Se detuvo en Del Plata porque le atrajo el tema que estaba sonando. Terminada la música anuncian la existencia del concurso y recuerda que, además de su vocación pictórica, hacía un tiempo había escrito algunos cuentos y poemas, a modo de prueba. Sin ser oyente habitual del programa ni fan de Soda decide mandar uno de los poemas, para probar suerte.

       De las más de 1.200 letras recibidas, Cerati recibió 10. De las 10 eligió una. Hablaba de un detective que espiaba a una mujer que se desvestía (Tus ropas caen lentamente/ Soy un espía, un espectador) . Era la letra de Daffunchio inspirada en la reciente película Doble de Cuerpo. Cerati y Daffunchio se encontraron. Gustavo le pidió que modificara algo ciertas partes duras de su poema haciéndolo algo más romántico. Finalmente el tema fue incluido en el disco Signos de 1986 bajo el nombre de "Persiana Americana" y se convirtió en uno de los temas emblema de Soda Stereo.



        Los meteorólogos hablan del "Efecto mariposa". Esencialmente dicen que los acontecimientos finales son suma de tantas variables infinitamente pequeñas que el aleteo de una mariposa en el Amazonas determina que termine lloviendo en Bruselas. Si Woolrich no hubiera escrito la novela, si Hichcock no la hubiera leído. Si De Palma hubiese seguido estudiando física. Si Daffunchio no hubiese escuchado la radio esa noche, quizá nunca hubiese existido Persiana Americana.

      De nueva York con Cornell Woolrich parando en todas las estaciones hasta Buenos Aires con Gustavo Cerati.

Que anden bien