domingo, 22 de junio de 2014

Falsos positivos, falso crup, falsa escuadra, falso post

      El maestro Alejandro Dolina sostiene que existen 3 tipos distintos de falsificaciones. La falsificación descendente, la horizontal y la ascendente. La primera de ellas es la más convencional. Objetos mal terminados, de materiales más baratos que el original y factura descuidada suplantan a los verdaderos. Las ferias están llenas de estos y allí encontramos camisetas del Barcelona de colores desteñidos y tela berreta o carteras Louis Vuitton de plástico mal cosido. La falsificación ascendente es sólo un juego intelectual del polígrafo de Caseros. Obras que mejoran al original, falsificadores que se han tomado el trabajo de hacer un objeto duplicado mejor de lo que era su modelo. 

      El verdadero falsificador pretende la falsificación horizontal. Su éxito consiste en que su obra pase por buena. Así busca que los billetes hechos en un mimeógrafo sirvan para comprar, que la bijouterie luzca como una verdadera joya o que una copia de una obra de arte sea vendida como si fuera un original.

      Bombilla Tapada (en realidad una versión falsificada del blog) pone esta vez a disposición de su amable platea un par de ejemplos curiosos de falsificaciones que lograron, aunque sea por un rato, pasar por buenas. Podría yo comentar que esto lo hacemos en el original estilo que caracteriza a nuestro blog, pero en realidad es un estilo falsificado con papel afiche y cartón.

      Un día de 1503 nuestro amigo Leonardo Da Vinci tomó una tabla de álamo de 77 X 53 centímetros y decidió plasmar allí la cara y parte del torso de Lisa Gherardini. Quien iba a pagar por el trabajo era su marido (el de Lisa, no el de Leonardo) Francesco Bartolomeo de Giocondo. En algún momento cercano a 1519 y después de múltiples retoques quedó lista una de las obras maestras de la pintura renacentista: La Gioconda. Luego en el siglo XVI el rey Francisco I de Francia compró la obra y desde ese momento pertenece al estado francés. Como tantas otras en esa condición, es exhibida desde ese entonces en el conocidísimo museo del Louvre.



      Habrá que reconocer, de todos modos que durante algún tiempo no estuvo allí. Por ejemplo, por miedo a que sea dañada en alguna acción bélica, durante la Segunda Guerra Mundial, el cuadro se guardó en un castillo y en una abadía. Pero la ausencia más llamativa ocurrió entre 1911 y 1913. El cuadro fue robado.

      Si les garantizo que el robo en tierras francesas de un cuadro italiano tiene un protagonista argentino ¿Me creerían? Pues les aseguro que es así. Un argentino llamado Eduardo Valfierno (que se hacía llamar Marqués de Valfierno) convenció a un carpintero italiano de nombre Vincenzo Peruggia que el cuadro pintado por un italianísimo Da Vinci no merecía ser exhibido en un museo francés para gloria de los galos sino repatriado a su país natal. Se estaban realizando refacciones en el Louvre de las que Peruggia participaba. A fin de que el museo no necesitara cerrar sus puertas al público, la mayor parte de los trabajos se llevaban a cabo durante la noche. El 21 de agosto de 1911 Vincenzo llegó vestido con su amplio guardapolvo blanco reglamentario para trabajar en el museo y en un descuido descolgó La Gioconda y la escondió bajo sus ropas.

      Paralelamente nuestro compatriota Valfierno había contactado a Yves Chaudron. Este último, francés, había comenzado su carrera de pintor pero ganó cierta fama como restaurador de cuadros renacentistas. Las destrezas adquiridas en su oficio lo pusieron en óptima condición para iniciar una rentable trayectoria como falsificador. En esa condición es en la que conoce a Valfierno quien le propone lisa y llanamente falsificar La Gioconda. Y no sólo una sino seis copias.

      La estrategia de Valfierno fue contactarse con reconocidos coleccionistas de arte poco escrupulosos y sostener que el cuadro desaparecido estaba en su poder. En realidad Eduardo Valfierno nunca tuvo el cuadro en sus manos sino que quedó oculto en la casa de Vincenzo Peruggia. Con probadas habilidades para la estafa, Valfierno vendió las 6 copias falsas a 5 coleccionistas norteamericanos y uno brasileño en 300.000 dólares cada una.





Hasta aquí la historia de las falsificaciones. Lo que resta aclarar es ¿Que pasó con la Gioconda original?

      El estafador aquí era nuestro compatriota Valfierno y no Peruggia. El pobre carpintero Vincenzo cayó en la trampa accediendo a sustraer el cuadro con fines reivindicatorios y patrióticos. Pero Valfierno nunca apareció para llevar, como había prometido, la obra de nuevo a Italia. El tiempo pasó y la policía no tenía más pistas que seguir. Durante dos largos años La Gioconda permaneció oculta en la casa de un humilde carpintero lombardo. Valfierno solo necesitó que la Gioconda faltase de su lugar original para asegurar que sus copias eran la auténtica.



      Peruggia se cansó y, carente de todo conocimiento del mercado negro de las obras de arte, intentó vender el cuadro a Alfredo Geri, director por ese entonces de la Galería Uffizi florentina. La galería alberga la colección de arte quizá más impresionante del mundo con obras de Botticelli, Miguel Angel, Leonardo, Rafael, Tiziano o Caravaggio entre otros. Geri dió parte a la policía y dos años, tres meses y veintiún días después de su desaparición La Gioconda fue recuperada. Peruggia fue detenido y condenado a un año y quince días de prisión.

      Valfierno murió en Los Ángeles en 1931. Poco antes de morir confesó al periodista Karl Decker su participación en el robo y posterior estafa y los nombres de los seis compradores de las copias con la única condición de que los detalles de su historia fueran revelados luego de su muerte.

      Dejemos descansar en paz tanto a Valfierno como a Peruggia y vengamos más adelante en el tiempo para hablar de nuestra segunda y última falsificación de este capítulo.

      Antes de comenzar, o de seguir, con la historia que cierra este post permítanme contarles una anécdota sobre el General San Martín que parece que no tiene nada que ver aquí pero en instantes verán que si.

      Durante su estadía en Mendoza, previa al cruce de los Andes, Don José se dio el gusto de cultivar una viña. Una vez que hubo obtenido sus primeras botellas de vino invitó a algunos colegas a degustarlas. El General sabía que sus camaradas sostenían que los vinos europeos eran per se superiores a los americanos sin más razones que su convencimiento personal. Entonces puso la etiqueta de su vino nacional en una botella de vino español y viceversa. Con toda la intención sirvió una copa a cada uno de vino español diciendo que era el de su propia cosecha. Los generales degustantes le dijeron que no estaba nada mal pero que le faltaba algo. Inmediatamente despues, sirvió su propio vino bajo la etiqueta del vino riojano español. Los bebedores saltaron de sus asientos a la voz de: ¡No me va a comparar....este si es un vino como la gente!.

      Vamos a cerrar entonces con vinos falsos. ¿Tenían noticias de que tal cosa existía? Pues bien, hasta el momento, la botella de vino más cara de la historia se ha vendido en unos 136.000 euros (algo así como 1.482.000 pesos al cambio de hoy) razón más que suficiente para tentar a más de uno.

      La primer ventaja que tiene el tema es que muy probablemente quien compre una botella de vino de colección lo haga para almacenarlo y exhibirlo pero no para tomarlo (es como comprar una vaca Gran Campeón de la Rural para hacer con ella un asado) y aún en el caso en que lo haga también es probable que sea muy difícil reconocer la diferencia. La segunda de las ventajas es que las etiquetas de los vinos no se imprimen con medidas de seguridad extremas de modo que, siendo la única manera de identificación externa, la falsificación puede pasar fácilmente por buena.


      Allá por 2002 apareció en los más respetados círculos enológicos de California un indonesio hijo del mayor distribuidor de cervezas de toda Asia. El muchacho parecía tener pasión por los vinos franceses y comenzó a adquirir muchos ejemplares raros y caros en las mas selectas subastas. Nadie había podido acceder a ella, pero no costaba nada sospechar que la bodega de Rudy Kurniwan (que así se llama nuestro protagonista) debía de ser una de las mejor surtidas del mundo. Ya para 2004 Rudy contaba con una importante reputación y trabó amistad con John Kapon dueño de una de las casas subastas de vinos más importantes de los Estados Unidos. Kapon sospechaba que asociarse con Kurniwan lo llevaría a posicionar a su comercio como el más importante entre todos. Como anfitrión en eventos para amantes del vino (y millonarios por otra parte) Rudy comenzó a poner a disposición de sus invitados vinos carísimos para su cata y degustación para deleite de la concurrencia. Rudy no solo era uno más sino que a los 37 años era considerado uno de los 5 coleccionistas de vinos más importantes del mundo.

      En enero de 2006 se organizó un evento impresionante para el mundo de los vinos. Rudy Kurniwan sacaba a la venta y subasta pública botellas de su propia colección personal. Vinos que se consideraban imposibles de conseguir eran presentados por Rudy de a cajas. John Kapon y Rudy Kurniwan facturaron más de 10 millones de dólares esa noche. En octubre de ese mismo año se organizó un segundo evento con características aún más impresionantes para los conocedores. El listado de vinos a la venta era el sueño de cualquier coleccionista. Los vinos de Kurniwan facturaron esa noche 24 millones de dólares para beneplácito de Kapon.

      Un par de años después, para la primavera de 2008 todo estaba listo para otra subasta de los vinos de Rudy. Muchos de los compradores habían sido competidores de Kurniwan cuando él sólo se dedicaba a comprar. Doug Berzelay entre ellos. En la lista de vinos de Rudy algo captó la atención de Berzelay. Una serie de botellas de Domaine Ponsot Clos Saint-Denis (un verdadero galimatías para el que no pasó del Resero) de cosechas entre 1945 y 1971. Doug Berzelay nunca había visto ningún vino de esa etiqueta de fecha anterior a 1985. Inmediatamente se puso en contacto con Laurent Ponsot, dueño de la bodega fabricante del vino quien le explicó que era lógico que nunca hubiera visto botellas de esos años puesto que el Clos Saint-Denis de su bodega no había sido producido sino hasta inicios de la década del 80.

      A pesar de que Kapon retiró de la venta las botellas cuestionadas (diciendo que lo hacía a pedido del bodeguero pero sin explicar los porque) todo comenzó a desmoronarse.

     Los compradores de las dos subastas anteriores comenzaron a exigir la devolución de sus dineros. La sociedad entre Kapon y Rudy se rompió principalmente porque no se pusieron de acuerdo sobre quien debía hacerse cargo de los quebrantos económicos.

     Para redondear. Rudy Kurniwan fue hallado culpable de venta de vinos falsificados y fraude financiero. Cuando fue detenido en 2012 en su vivienda de Arcadia, California, allanada se encontraron botellas antiguas, corchos y pegamento utilizados en las falsificaciones. Se espera que cuando se dicte la sentencia definitiva pase unos 40 años a la sombra. Más o menos como los vinos en su bodega.

    Dinero, estampillas, ropa, zapatillas, antigüedades, documentos, obras de arte y, como hemos visto, hasta vinos todo parece pasible de ser falsificado entonces.

     Hasta este post, que como notarán no ha sido escrito por mi sino por alguien que ha suplantado momentáneamente mi identidad al frente del teclado. El problema es que como es mejor que yo (cosa nada difícil de conseguir) mi familia no quiere dejarlo ir.

Que anden bien.








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